La perspectiva lingüística. Imagen que ilustra el texto de Luis F. Lara, para Revista Eñe de Cultura
Muchos compartimos al español como lengua que nos hermana. Según mis amigos españoles, corresponde llamar ¨castellano¨ a la lengua hispana original. Como sea, cuando llega el momento de hablar con gente de otras nacionalidades, solemos confundirnos, interpretar mal los términos, y ni hablar de frases locales, como la mexicana ¨echar el agua¨, que significa ¨cuidar¨, y, no estoy segura si viene de ¨watch out¨, parecido en cierta forma a ¨water¨ o si se refiere a la defensa contra enemigos mediante agua hirviendo tirada desde los techos de las casas.
Al respecto, reproduciré parcialmente una nota muy interesante del linguista Luis Fernando Lara, autor del “Diccionario básico del español de México” además de investigador del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México y miembro de El Colegio Nacional, quien reflexiona sobre el castellano del SXXI:
¨Para todos nosotros, cuya lengua materna es el español, hablar o escribir es ante todo una práctica cotidiana y espontánea. Lo mismo sucede con los hablantes de otras lenguas, o con nosotros mismos, cuando aprendemos a hablar suficientemente una lengua extranjera. Practicada la lengua materna desde la más temprana niñez, no nos damos cuenta de que, conforme vamos recibiendo la lengua de nuestros padres y de la sociedad en que vivimos, vamos adquiriendo también una educación de la lengua, es decir, una manera o un conjunto de maneras de hablarla o de escribirla. La facultad de hablar una lengua, dice Noam Chomsky, es universal y natural al ser humano; sí; pero esa facultad sólo encarna, sólo se hace concreta con una lengua particular y esa lengua particular no surge sola de la cabeza de cada persona, sino que se va conformando en su aprendizaje y en su educación por una sociedad determinada. Sólo así aprendemos cómo hablar a los mayores, cómo hablar con la gente de nuestro barrio, de nuestra ciudad, de nuestra región; sólo así hacemos nuestras las tradiciones de la lengua de cultura (...)Tal capacidad de identificar en la variedad real una misma lengua no es efecto natural de la comunicación humana y ni siquiera de la asombrosa capacidad de comunicación que nos ofrece el mundo contemporáneo. Es resultado de una educación en la que privan dos valores sociales: el de la posibilidad de entendernos y el de la identidad –una abstracción– del español. El valor del entendimiento se gestó durante la Baja Edad Media, por el interés del rey Alfonso X “El Sabio” de Castilla, quien inauguró la prosa castellana (ciencia, jurisprudencia, historia), no para oponer el castellano a las lenguas vecinas –él mismo escribió en gallego-portugués–, sino para lograr el entendimiento entre los pueblos que iban cayendo en sus manos conforme avanzaba la llamada “Reconquista” cristiana de la península ibérica. El valor de la identidad del español fue obra de Nebrija, quien la plasmó en su Gramática de 1492, y cuyo efecto se hizo sentir a lo largo de los siglos que duró la colonización española del continente americano. Fueron, en cambio, las independencias hispanoamericanas las que dieron lugar a la formación de un tercer valor social: el de la unidad de la lengua, gracias a un gramático cuya influencia se esparció por todo el continente: Andrés Bello. Preocupado sinceramente por lo que podría suceder con el español a partir del momento –casi simultáneo– en que se constituyeron nuestros países y nuestras nacionalidades hispanoamericanas, cuando hubo en América quienes, como Sarmiento o Alberdi, se preguntaron seriamente si la independencia de España no debiera implicar una total independencia lingüística, Bello escribió su gramática “para el uso de los americanos” con el objetivo de conservar una unidad de la lengua que siguiera facilitando el entendimiento entre todos los hispanohablantes. Desde entonces, el valor de la unidad de la lengua se ha impuesto sobre el valor del entendimiento –que no necesariamente es monolingüístico, como lo demuestra la obra del rey sabio– y es el que define su identidad.
Cuando en una sociedad hay necesidad y voluntad de entenderse con sociedades vecinas, la mutua inteligibilidad se construye y se aprecia: hay que pensar en lo que hacemos los hispanoamericanos cuando viajamos a Brasil, a Italia o a Cataluña: quizá no sabemos hablar portugués, italiano o catalán, pero gravitando sobre el asombroso fondo común latino, logramos darnos a entender con ellos y apreciar sus lenguas. Algo semejante hacemos cuando vemos películas españolas, argentinas, colombianas o mexicanas: obviamos las diferencias e incluso las celebramos. Cuando, en cambio, sobre el valor del entendimiento se sobrepone el valor de la identidad, nos encontramos con sociedades que se niegan a hacer el esfuerzo de entender a los demás, como a veces nos sucede en Francia. (...)Algo semejante está sucediendo con el valor hispánico de la unidad de la lengua. Si la fundación de la Real Academia Española tenía como principal objetivo la celebración de la calidad de la lengua, tal como lo había mandado hacer el cardenal Richelieu para el francés casi cien años antes, desde el momento en que Bello enunció y defendió la unidad del español, la Academia se ha venido convirtiendo en guardiana de la unidad, pero una guardiana metropolitana y española, no hispánica, de un español cuya ortografía y cuyo léxico, principalmente, pretende dirigir. Así, desde mediados del siglo XIX las variedades hispanoamericanas, consideradas a priori como tendientes a la incorrección y al barbarismo, han venido subsumiéndose a la idea de que hay un “español general” definido por la Academia sobre el castellano de Madrid, principalmente, rodeado por los españoles periféricos de América (aunque así han tratado también al de Extremadura, Andalucía y Canarias). Menudean los diccionarios de americanismos (ahora piadosa y tramposamente rebautizados como “diccionarios del español de cada país” como Chile, Colombia, etc. Los únicos diccionarios verdaderos del español integral de un país son los de Argentina y México); la Real Academia presentó un nuevo Diccionario de americanismos a fines de 2010; tal obra, por bien que estuviera documentada y redactada –lo que no es el caso– no tiene por objetivo principal apreciar la variedad hispánica, sino seguir perpetuando la diferencia entre ese supuesto español general metropolitano y las diversas variedades hispanoamericanas.¨
Mi hija menor está cursando Español III en la High School de California, está aprendiendo a conjugar los verbos y nos dice que el ¨vosotros¨ lo han erradicado en EEUU para dar lugar al Usted. O sea, se ha modernizado la currícula; por otro lado, algunos miembros de la comunidad catalana en EEUU se niegan a hablar en castellano (que por supuesto dominan) para hablar entre ellos un estricto catalán, o a lo sumo inglés, y deslizar frases en castellano para los que no somos catalanes pero sí hablamos español, es decir, a los nacidos en América se nos perdona.
Lea la nota completa en Revista Eñe de Cultura:
Lea sobre Andrés Bello y la Gramática Castellana Latinoamericana
Lea la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos