Marco Bruto. Imagen de http://4.bp.blogspot.com/
Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de una estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Junio Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.
Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oirlas, no leerlas): Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.
Referencia: Jorge Luis Borges, El hacedor (1960), en Prosa completa, Vol. 2 (Barcelona: Bruguera, 1980): 326.
Reproducido en:
Colección: Revista Interamericana de Bibliografía (RIB)
Número: 1-4
Título: 1996
Número: 1-4
Título: 1996
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