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Wednesday, May 25, 2011

Recordando a Cujo, de Stephen King

Cujo. De google images

Siempre discuto con mi esposo sobre Stephen King. Soy presa de sus burlas ¨ESO leés????¨ me dice, y yo le respondo que si quiero sacarme los problemas de la cabeza y entretenerme, nada mejor que Stephen King. Aunque sinceramente creo que es una máquina comercial de escribir y no todos sus libros son buenos. Es más, para mí, King no tiene término medio, o es excelente o es muy malo. 
Y hay dos libros que me encantaron en mi juventud (OK, no soy una vieja, eh!), digamos en mis 20, y esos fueron Thinner y Cujo.
El primero, es la historia de un hombre obeso que recibe una maldición de un gitano y comienza a adelgazar aceleradamente; primero, la sensación de satisfacción de ver mejorar su cuerpo, luego la desesperación por ver su ruina. El segundo, la historia de un perro San Bernardo enfermo de rabia, asesino.
Cuando leía Cujo, iba y venía a mi primer trabajo en colectivo y así lo iba leyendo. Tan ansiosa estaba por saber cómo continuaba la historia que caminaba por las avenidas leyendo, no podía dejarlo. No sé si hoy tendría el mismo efecto sobre mí, pero realmente lo he disfrutado. Y , créase o no, no he visto la película, sólo unos cortos. La mejor parte, cuando el niño y su madre están en el auto acorralados por el animal. Siempre comento que si alguien quiere aprender a escribir sobre situaciones estáticas que nos mantienen en vilo, hay que leer a Stephen King, burlas mediante. Para mí, él es el genio de los entornos solitarios.

Shot de la película Cujo, google images

De Cujo on line reproduzco una de las mejores partes:
¨De repente, no quiso echar a correr hacia la puerta del porche hasta haberse cerciorado de que no había nada acechando delante del vehículo. Entonces sí. De acuerdo. Pero... simplemente para estar segura. Dio un paso. Dos. Tres.
Cujo se preparó. Sus ojos brillaban en la oscuridad. Cuatro pasos desde la portezuela del automóvil. Su razón era como un tambor en el pecho. Ahora Cujo pudo ver la cadera y el muslo de la MUJER. Dentro de un momento, ella le vería a él. Muy bien. Él quería que le viera.
Donna volvió la cabeza. Su cuello crujió como el gozne de la puerta de una vieja mampara. Experimentó una premonición, una sensación de apagada seguridad. Volvió la cabeza, buscando a Cujo. Cujo estaba allí. Había estado allí desde un principio, agazapado, ocultándose de ella, esperándola, acechándola entre los arbustos.
Los ojos de ambos se cruzaron por un instante... los desorbitados ojos azules de Donna y los turbios y enrojecidos ojos de Cujo. Por un momento, ella se miró a través de los ojos del perro, se vio a sí misma, vio a la MUJER... ¿se estaría él viendo a sí mismo a través de los de Donna?
Y entonces se abalanzó sobre ella. Esta vez no hubo parálisis. Ella se echó hacia atrás, buscando a tientas a su espalda el tirador de la portezuela. Él rugía y gruñía y la baba escapaba entre sus dientes en gruesas cuerdas. El perro cayó en el lugar previamente ocupado por ella y resbaló sobre sus rígidas patas, concediéndole a Donna un precioso segundo adicional.
Su pulgar localizó el botón de la puerta por debajo del tirador y lo apretó. Tiró. La portezuela estaba atascada. No se quería abrir. Cujo se arrojó sobre ella.¨

Shot de la película Cujo. Google Images

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