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En los años ´80, cuando iba a bailar, la música ¨de onda¨ en Buenos Aires, era la música pop importada de EEUU e Inglaterra. A ningún disc jockey se le hubiera ocurrido pasar música de las provincias. Entre amigos, también escuchábamos los discos de rock progresivo que iban haciéndose un lugar entre los extranjeros. De a poco, y fundamentalmente en el año ´82, durante la guerra de las Malvinas, cuando la junta militar prohibió a las radios pasar música en inglés (increíble pero real), empezamos a consumir más música pop local, entre ellos, Miguel Mateos y Gustavo Santaolalla, éste último con una brillante carrera en Los Angeles. La música clásica quedaba confinada a las aulas y teatros, era la que escuchaban los ¨viejos¨. También estaba la generación de nuestros padres que escuchaban y bailaban tangos, de raíces africanas arraigadas en el río de la Plata.
Un fenómeno que me ha asombrado, fue la llegada de la bailanta de las provincias a la capital. Primero, se bailaba en función de la burla a la ¨vulgaridad¨, pero no dejaba de ser divertido, las letras provocaban risas y la música se tornó pegadiza. Al día de hoy, esta música cuyas letras más apreciadas, ensalzan los hábitos de bandas, amores de borrachines y picardías de vagos, ha prendido de tal forma que no hay boliche que no las pase, lo más curioso, cualquier boliche californiano con un público latino las ha incorporado junto con el regatón mexicano.
Entonces, una vez que se ha dispersado masivamente, y se ha hecho parte de nuestra cultura, incluyendo a los latinos (en una acepción general de la palabra y no socio-racial) en EEUU, surge la pregunta si es digno considerar a la música popular como ¨Arte¨.
Al respecto, varios años atrás, el filósofo Theodor Adorno decía en su ¨Popular Music¨: ¨It is the banality of present day popular music –a banality relentlessly controlled in order to make it saleable- which brands that music with its crucial trait. That trait is vulgarity. We might almost suspect that this is the most avid concern of the audience, and the maxim of their musical mentality is indeed Brecht´s line: ¨But I don´t want to be human!¨ Any musical reminder of themselves, of the doubtfulness and possible uplifting of their own existence, will embarrass them. That they are really cut off from their potential is the very reason why it infuriates them to be reminded by art.¨
Esta cita, publicada en el capítulo 4 del libro ¨Arguing About Art¨, es una referencia a la obra de Cole Porter, Louis Armstrong, Glen Miller y Ella Fitzgerald, entre otros. Sigo leyendo, y hay varios artículos de Roger Scruton, quien nos recuerda que Platón, ha querido vetar ciertos tipos de música popular en su República, particularmente, las asociadas con danzas salvajes ofrecidas a la diosa Cibeles. Y si bien, ya es difícil encontrar gente que comparta estas opiniones, sí la hay, como Alan Bloom en The Closing of the American Mind. Bloom, no sólo tiene una actitud similar a la de Platón, sino que además dice que la música de nuestros tiempos es enemiga del orden moral. La música que él deplora, es la del mundo empresarial, es la voz de la América moderna, que suena en todos los hogares, oficinas y fábricas a través de toda la nación. Culpa de ello, es asignada a la cultura democrática, con su apoyo al avant-garde, lo que ha logrado el último suspiro de la aristocracia.
Bloom continúa explicando que la cultura democrática nos presiona a aceptar cada gusto que no produce un daño aparente. Si una maestra critica la música que escuchan sus alumnos y trata de cultivarlos en la música clásica, será atacada como ¨judgemental¨, es decir, como jueza. A tal extremo lo popular llega, que Bloom da el siguiente ejemplo: si nos preguntáramos qué produjo realmente la caída del muro de Berlín, la respuesta incluiría seguramente alguna referencia a la cultura popular americana, que ha cautivado los corazones de los jóvenes impacientes por unirse a un mundo encantado.
Teniendo en cuenta lo expuesto, personalmente pienso que considerar a la música popular como parte del Arte, es una cuestión absolutamente subjetiva. No me cabe duda que una persona, según su procedencia, tiene toda la razón y el derecho de reconocerla como parte de su cultura y por ende, incluirla en las manifestaciones artísticas de los pueblos. A pesar de los detractores.
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