Foto de Página 12
Este libro me traerá memorias de mi niñez. La rama familiar de mi abuela paterna, procedían de San Andrés de Giles, un hermoso y avanzado pueblo a unos 33km de Luján. Me he criado entre historias de gauchos, y era habitual ir a pasar todos los fines de semana a la granja de mi padre. También he pasado muchos días en el sólido rancho de la tía de mi abuela. Un verdadero rancho con todo su encanto, o desencantos si comparo con las comodidades modernas. El brasero, la cocina a leña, los faroles, la plancha a carbón, los tirantes de árboles con la paja conformando el techo, las paredes de adobe, el piso apisonado que se debía mojar para barrerlo. Las cortinas a modo de cerramiento, porque la tecnología no da para puertas internas, aunque sí se las arreglaban para colocar una puerta de entrada, ¨con ventanita y todo¨. Y afuera, la parra, cubriendo el patio, donde se disponían largas mesas familiares. Más allá, el baño, independiente, el terror de los inviernos....siendo éste el único problema ¨sociológico¨ que evalúo a través de los años.
La anécdota: cuando un primo de mi abuela intentó ampliar el rancho, con unas paredes ortogonales de ladrillo, éstas se cayeron a medio construír, pero el rancho, seguía incólume. Desconozco si aún está en pie, pero así lo veo yo.
De Página 12 extraigo el texto de abril 3, 2010 y dejo el link para referencia:
Félix Luna logró probar que todo es historia y con la misma frescura se puede afirmar que todo lo construido es arquitectura. Isabel de Estrada y Lucio Boschi acaban de publicar con Ediciones Larrivière un muy peculiar y bonito libro sobre la arquitectura popular más simple y más argentina, el rancho. Adusto y en blanco y negro, el libro esquiva el gran peligro de este tipo de obra, el snobismo de mostrar la pobreza como algo exótico. Hay cinco capítulos dedicados a los materiales del rancho argentino, su gente, sus interiores, sus animales –el rancho es evidentemente rural y centro de alguna cría– y su paisaje. Boschi transmite las texturas de lo que ve de una forma casi palpable, un mundo de adobes y palo de pique. Una foto inolvidable es la de un rancho de cañas y adobes, de techo a dos aguas, frente al que posa una joven madre de rostro indígena con su bebé en brazos. Recostada sobre una pared hay una escoba artesanal, de las que todavía son más enramada que objeto fabricado. El detalle cambia todo: ese lugar es un hogar, ese piso de tierra pelada es un patio, allí vive una familia. Los interiores son simplemente impredecibles: heladeras entre adobes y el completo minimalismo de lo que se tiene en casa. Hay fotos preocupantes, hay algunas casi sórdidas, de lectura sociológica, hay momentos de dignidad conmovedora. El capítulo final permite entender de un vistazo el nivel de integración literal que tiene una habitación humana con su paisaje, si los materiales de la construcción vienen completamente de ese paisaje. Ranchos de la Argentina se presenta esta semana en el Museo Nacional de Arte Decorativo.
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