Pichón. Photocollage de Myriam B. Mahiques
Dicen algunos psicólogos que a medida que la gente convive con sus allegados, no necesariamente de sangre compartida, los rasgos y gestos se unifican y surgen los parecidos. Incluso entre niños y sus padres adoptivos. Y lo que es más, nos dicen que esta cuestión es extensiva a las mascotas, y hay personas que seleccionan aquéllas mascotas con las que se sienten identificadas.
Éste parece haber sido el caso de mi abuelo valenciano. Pequeño de estatura él, pequeño el perro, ambos pendencieros, malevo cuasi argentino él, de ataque el otro, con un cuchillo gastado de duelos el uno –¨ves, que tiene una ranura por donde desliza la sangre¨-, con dientes afilados el otro. Ver uno, era ver los dos, trotando en mutua compañía.
La hazaña preferida de Pichón, era el ataque a las comadrejas del campo. La mejor, según mis recuerdos de niña, cuando el abuelo ubicó su camioneta Chevrolet, esa que ataba con alambres, bajo el enorme sauce llorón. Bastaba que le dijera al perro, ¨Busque, busque!!!¨, y desesperado saltaba Pichón, de nivel en nivel, ascendiendo por la negra camioneta polvorienta, hasta llegar al hueco del sauce donde lo esperaba feroz, la comadreja, terrible depredadora y gran madre de su cría numerosa. Mordiscones iban y venían, dos cuerpos fusionados, y no me cabe duda que el Fox Terrier marrón, de digna subraza Tajun Gapul, luchaba colgado en el aire, invencible, sostenido apenas por sus filosos dientes. Mientras, el abuelo moqueaba de emoción, porque la emoción no lo hace a uno menos macho, de acuerdo?
Pero los pendencieros no quedan sin castigo, y así un día, vino el abuelo desesperado, a contarnos que su perro adorado había sido raptado.
- Viejo, no puede ser, cómo se le ocurre que alguien le raptaría al perro, un perro que ni siquiera es puro?-
- Te juro, me lo raptaron. Porque yo sé, fue un vecino, yo lo escucho ladrar, sé que está en esa casa, lo hicieron en revancha. Fui a preguntarle, pero me niega, ya verá ese, lo voy a agarrar,,, (irreproducible etc)!!!-
- Abuelo, no llores, qué hiciste para que alguien te haga algo así?-
- Eso no importa.-
- Mirá, vamos a hablar con los vecinos, todos lo conocen y seguro nos dicen dónde está.-
Pichón volvió, solito y a su manera. No era ningún tonto el bicho, porque, de alguna forma entendió que no debía volver así nomás a su casa. Que mejor era acostarse en el jardín al frente de la casa del hijo, a esperar tranquilo, echado a la sombrita entre los rosales. Pacientemente, ya lo rescatarían. Y por suerte, en esa ¨época¨, ya estábamos modernizados con teléfono!!!, y así pudimos llamar al abuelo, que vino corriendo a completarse con su medio Yo.
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