El ¨Che¨ Guevara en Bolivia. Imagen de http://w1.1396.telia.com/~u155900388/images/che_bolivia.jpg
Los siguientes son pasajes de Maneras de decir: el canto de la acción. El Che Guevara, polígrafo salvaje. Por Claudia Gilman. Publicado en El Interpretador. No 36
Montañas de documentación revelan la obsesión del Che por la lectura. Empieza a leer y a tirar con pistola a los 5 años y no deja de hacer ambas cosas hasta su muerte. Lee a todas horas, especialmente cuando niño, en los momentos en que, afectado por el asma, debe permanecer en cama. A los 17 comienza a escribir en varios cuadernos escolares un Diccionario de filosofía (que continuó reescribiendo hasta el su incorporación al movimiento 26 de julio) y un índice de lecturas que continuará hasta sus últimos momentos, en Bolivia. Lo llevaba en una agenda de teléfonos, junto al fusil y las balas.
Lo único, sin embargo, imprescindible como el oxígeno, el tabaco y la medicación era la poesía. La poesía memorizada es aire y aliento cuando sirve para marchar. El Che tiene la cabeza y el cuerpo repletos de poesía. Es un gran cultor del recitado, tanto en solitario como ante todo tipo de auditorios, en carpas, lagos, selvas y montañas. La poesía, además, se adapta mejor a esa otra pulsión que lo anima, que es la marcha permanente. En 1956, tras su encarcelamiento en México, y en la clandestinidad, en uno de los infrecuentes encuentros familiares, les recitó a su esposa y su hija uno de los poemas tantas veces rumiados y prendidos siempre de la memoria:
“de monte a mar esta palabra mía,
Si mi pluma valiera tu pistola
de capitán contento moriría”
En un cuaderno que llevaba consigo cuando lo apresaron en Bolivia, el Che había transcripto, de su puño y letra, su propia antología de poesía: muchas con ecos de ese españolísimo golem dios o guerrero cristo que llenó la lírica castellana de todas partes del eco fuerte de la guerra civil. Sus amigos lo recuerdan recitando a Neruda y a los poetas españoles (cuenta Taibo). Las letras manuscritas nos traen lo más solemne de la fe y la culpa, como en esos versos de Vallejo: “Perdóname Señor: qué poco he muerto” (de “Ágape”), o un canto para Bolívar de Neruda y otro para Cristo, de León Felipe. Son cuatro los poetas cuyos versos copia para leer y recitar casi como arengas: Neruda, Felipe, Guillén (a todos los conoció personalmente con grados diversos de intimidad) y Vallejo (a quien naturalmente no pudo haber conocido).
“Si por cualquier causa, que no creo, no puedo escribir más
y luego me tocan las de perder, consideren estas líneas
como de despedida, no muy grandilocuente pero sincera.
Por la vida he pasado buscando mi verdad a los tropezones
y ya en el camino y con mi hija que me perpetúa
he cerrado el ciclo. Desde ahora no consideraría
mi muerte una frustración apenas como Hikmet:
Sólo llevaré a la tumba/ la pesadumbre
de un canto inconcluso”
Ernesto Guevara (Desde México, antes de partir para Cuba, carta a sus padres. En Paco Ignacio Taibo II, El cuaderno verde del Che., México, Seix Barral, 2007, p. 16. También en la biografía).
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