José Saramago junto a Pilar del Río, en su residencia en Lanzarote. Imagen de www.laprovincia.es/ secciones/noticia.jsp?pRef..
El siguiente texto, es extraído de una entrevista a Saramago para revista Eñe, el 22 de Noviembre de 2008. Por Ezequiel Martínez.
–Muchas veces usted contó que lo primero que tenía de una novela era el título...
-Bueno, primero quiero decir que yo no la llamo novela, y tampoco es un cuento. El lector decidirá lo que es este libro. Pero en este caso lo primero no fue el título, y no le encontraría otro aunque lo buscara. ¿Qué es lo que cuento aquí? Simplemente el viaje que en el siglo XVII hace el elefante que el rey Juan III de Portugal le regala a Maximiliano, archiduque de Austria. Es una historia real, que sucedió, y no podía tener otro título que El viaje del elefante .
-¿Qué dificultades encontró a la hora de poner a un animal como protagonista del relato?
-Mira, hay algo que para mí quedó clarísimo desde el principio, y es que yo no podía ni debía antropomorfizar al elefante. Cada vez que se habla en la literatura de animales, el autor cede a la tentación inmediata de poner sentimientos humanos en los animales. Esto ocurre constantemente, y mi preocupación para no hacerlo partió de algo muy sencillo que me dije a mí mismo: "Tú no sabes lo que es ser un elefante. ¿Vas a poner el elefante a pensar, a pensar cómo?" Un ser humano se puede decir que piensa con palabras, y si no es con palabras, sabemos que aquello que está pensando se puede traducir en palabras. ¿Se puede decir lo mismo de un elefante? Esa es una manía nuestra. Nosotros tenemos un perro, por ejemplo, y aunque creemos saber lo que es un perro, no lo sabemos. No sé lo que pasa dentro de esas cabezas. Yo sé que mi perro Camoes me quiere, pero qué es lo que significa que yo diga "Mi perro me quiere". No sé lo que pasa por esa cabeza. Yo he llorado con la muerte de uno de mis perros, ¿pero lloraría él si yo me muriera? No, que se sepa los perros no lloran. Entonces uno cae en la tentación de la antropomorfización del animal. Eso me preocupaba desde el primer momento en que se me ocurrió este libro: todo, menos poner al elefante a pensar. Concluyendo: el elefante es otro, y yo no tengo el derecho a transformarlo en algo más cercano a mí.
-Bueno, primero quiero decir que yo no la llamo novela, y tampoco es un cuento. El lector decidirá lo que es este libro. Pero en este caso lo primero no fue el título, y no le encontraría otro aunque lo buscara. ¿Qué es lo que cuento aquí? Simplemente el viaje que en el siglo XVII hace el elefante que el rey Juan III de Portugal le regala a Maximiliano, archiduque de Austria. Es una historia real, que sucedió, y no podía tener otro título que El viaje del elefante .
-¿Qué dificultades encontró a la hora de poner a un animal como protagonista del relato?
-Mira, hay algo que para mí quedó clarísimo desde el principio, y es que yo no podía ni debía antropomorfizar al elefante. Cada vez que se habla en la literatura de animales, el autor cede a la tentación inmediata de poner sentimientos humanos en los animales. Esto ocurre constantemente, y mi preocupación para no hacerlo partió de algo muy sencillo que me dije a mí mismo: "Tú no sabes lo que es ser un elefante. ¿Vas a poner el elefante a pensar, a pensar cómo?" Un ser humano se puede decir que piensa con palabras, y si no es con palabras, sabemos que aquello que está pensando se puede traducir en palabras. ¿Se puede decir lo mismo de un elefante? Esa es una manía nuestra. Nosotros tenemos un perro, por ejemplo, y aunque creemos saber lo que es un perro, no lo sabemos. No sé lo que pasa dentro de esas cabezas. Yo sé que mi perro Camoes me quiere, pero qué es lo que significa que yo diga "Mi perro me quiere". No sé lo que pasa por esa cabeza. Yo he llorado con la muerte de uno de mis perros, ¿pero lloraría él si yo me muriera? No, que se sepa los perros no lloran. Entonces uno cae en la tentación de la antropomorfización del animal. Eso me preocupaba desde el primer momento en que se me ocurrió este libro: todo, menos poner al elefante a pensar. Concluyendo: el elefante es otro, y yo no tengo el derecho a transformarlo en algo más cercano a mí.
-Otro detalle ajeno a sus costumbres es la de haber adelantado un fragmento del libro. Además lo hizo a través de las páginas de su blog.
-Siempre he sido contrario a los adelantos en los periódicos o las revistas, siempre. En Portugal siempre me lo piden y nunca lo he permitido. Lo del anticipo en el blog no fue idea mía sino de Pilar, y aunque sigo sin estar muy de acuerdo, ella ha puesto un fragmento que está muy bien elegido. Habla de un hombre no identificado que se pierde en medio de la niebla, y que se salva al escuchar al elefante. Para Pilar es como una premonición de mi enfermedad. Eso es lo que piensa ella, y se puede discutir, pero hay cierto fundamento de verdad. Esa escena fue escrita después de que yo saliera del hospital, y por lo tanto llamar premonición a algo que de hecho había ocurrido, parece una contradicción...
-Se refiere al personaje que logra atravesar una niebla muy espesa al escuchar el barrito del elefante que lo orienta para reunirse con la caravana de soldados que había perdido.
-Sí, pero en realidad ese hombre no escucha nada, porque el elefante no ha soltado ningún barrito. Todo eso pasa en la cabeza de un señor que está perdido y que en el fondo cree que está pasando algo que no está pasando.
-Lo salva eso que está imaginando... Pilar me comentaba que mientras usted estuvo internado también escuchaba un llamado.
Bueno, si seguimos con esto de la premonición, y aunque a Pilar no le guste el símil, el elefante en ese caso era ella. Una noche, en la clínica, en medio de las pesadillas más horribles que he tenido en toda mi vida, ocurrió que yo la llamaba a los gritos, pero eran gritos dentro de mi cabeza.
-¿Recuerda esas pesadillas?
-Sí, las recuerdo, pero son demasiado desagradables como para ser reproducidas...
-¿Tenían que ver con el temor a la muerte?
–No, directamente no. Además, a lo largo de esta enfermedad, en ningún momento he tenido eso que llamamos temor a la muerte, nunca. Al contrario, lo que quedó es una serenidad que yo podría explicar de esta manera: si me hablan de la muerte, yo podría contestar: "Sí, ya la conozco".
-Uno está tentado a sugerir que aquellos gritos dentro de su cabeza eran del elefante Salomón, que le pedía siguiera contando su historia.
-Yo ya tenía unas cuarenta páginas escritas antes de internarme. Cuando los médicos me dieron el alta, la verdad es que veinticuatro horas después de llegar a casa ya estaba escribiendo otra vez. Tenía clarísimo adónde quería llegar, cómo llegar. Puede sorprender –y creo que es muy legítimo que sorprenda– cómo es que un libro cuya escritura coincide con un período tan difícil de mi vida, con una enfermedad que podía ser mortal, puede estar tan lleno de buen humor, pueden ser halladas tantas ironías...
-En un momento del libro, el comandante portugués encargado del traslado del elefante desde Lisboa, dice: "Algo me ha mudado por dentro en este viaje". ¿Este viaje suyo también le mudó algo por dentro?
-Eso siempre se puede decir. Se cambia dentro de lo que se es, y yo sigo siendo el que era. Ahora, lo que me gustaría es que el lector, a la hora de leer el libro, sintiera eso, que está viajando... ¿Pero en la figura del archiduque? No. ¿En la del cornaca? Ni siquiera, aunque podría ser... Pero lo que me gustaría que el lector pensara es: "Este elefante soy yo". El epígrafe del libro, de un supuesto "Libro de los Itinerarios", dice: "Siempre llegamos adonde nos esperan". Y la pregunta es inevitable: "¿A qué se refiere eso?" Y la respuesta sólo puede ser una: a la muerte. Siempre llegamos a la muerte, ahí nos están esperando.
-La religión es otro tema presente. Se habla de la Inquisición, también hay una discusión casi teológica sobre la Santísma Trinidad que concluye con esta frase: "Dios es el elefante".
-Podría ser... Pero mira, yo no creo que haya podido existir alguna vez un dios, y cuando digo esto no me refiero únicamente al Dios de los cristianos, sino a cualquier dios. No hay dioses, los hemos inventado porque los necesitábamos. Pero como de todos modos le tememos a la muerte, si podemos creer que de una forma u otra habrá una existencia después de ella, entonces encantados. Pero para eso se necesita alguien superior, esa especie de autor primordial que permite que esto siga funcionando, y ese sería Dios. No creo y nunca lo he creído. En un universo en donde hay 400 mil millones de galaxias, y cada galaxia, según mis cálculos, tiene millones de estrellas, y cada estrella tiene sus sistemas de planetas en ese vacío total del universo... Bueno, bueno, si yo fuera Dios, habría inventado un universo menos complicado, más cómodo, más confortable. Es decir, me parece absurdo. Yo hablo tanto de religión porque me cuesta trabajo comprender, además por qué, si yo tengo una religión, estoy obligado a odiar a la gente de otras religiones. No debería sorprender, porque los que siguen al Real Madrid no pueden ni pensar en los que siguen al Barcelona. Si esto sucede en algo tan rudimentario como el fútbol, qué es lo que no ocurriría si yo creo en un dios y no puedo soportar la esencia de alguien que cree en otro dios. Es la prueba de que en el fondo somos bastante estúpidos, con todo respeto. Por eso a veces digo que el mundo sería mucho más pacífico si todos fuéramos ateos.
-Usted dijo que le gustaría que la gente lo recordara como el autor del personaje del perro que enjuga las lágrimas de una mujer en "Ensayo sobre la ceguera". ¿Sigue pensando lo mismo?
-Sí, claro, eso es algo que responde a un sentimiento más profundo de lo que parece. Cuando digo que si yo tuviera que ser recordado por algo, me gustaría que me recordaran como el creador del perro de las lágrimas, primero porque creo que a nadie se le ocurrió que en una situación como aquella, terrible, de hambre y de búsqueda de alimentos todos contra todos, un perro que se acercara a una mujer desesperada sentada en el suelo llorando, y que en un gesto de compasión, le secase las lágrimas con la lengua... Pues sí, creo que he añadido algo nuevo a las situaciones que transitan de una obra a otra, de un autor a otro, en eso que llamamos cuento, o novela...
-Siempre he sido contrario a los adelantos en los periódicos o las revistas, siempre. En Portugal siempre me lo piden y nunca lo he permitido. Lo del anticipo en el blog no fue idea mía sino de Pilar, y aunque sigo sin estar muy de acuerdo, ella ha puesto un fragmento que está muy bien elegido. Habla de un hombre no identificado que se pierde en medio de la niebla, y que se salva al escuchar al elefante. Para Pilar es como una premonición de mi enfermedad. Eso es lo que piensa ella, y se puede discutir, pero hay cierto fundamento de verdad. Esa escena fue escrita después de que yo saliera del hospital, y por lo tanto llamar premonición a algo que de hecho había ocurrido, parece una contradicción...
-Se refiere al personaje que logra atravesar una niebla muy espesa al escuchar el barrito del elefante que lo orienta para reunirse con la caravana de soldados que había perdido.
-Sí, pero en realidad ese hombre no escucha nada, porque el elefante no ha soltado ningún barrito. Todo eso pasa en la cabeza de un señor que está perdido y que en el fondo cree que está pasando algo que no está pasando.
-Lo salva eso que está imaginando... Pilar me comentaba que mientras usted estuvo internado también escuchaba un llamado.
Bueno, si seguimos con esto de la premonición, y aunque a Pilar no le guste el símil, el elefante en ese caso era ella. Una noche, en la clínica, en medio de las pesadillas más horribles que he tenido en toda mi vida, ocurrió que yo la llamaba a los gritos, pero eran gritos dentro de mi cabeza.
-¿Recuerda esas pesadillas?
-Sí, las recuerdo, pero son demasiado desagradables como para ser reproducidas...
-¿Tenían que ver con el temor a la muerte?
–No, directamente no. Además, a lo largo de esta enfermedad, en ningún momento he tenido eso que llamamos temor a la muerte, nunca. Al contrario, lo que quedó es una serenidad que yo podría explicar de esta manera: si me hablan de la muerte, yo podría contestar: "Sí, ya la conozco".
-Uno está tentado a sugerir que aquellos gritos dentro de su cabeza eran del elefante Salomón, que le pedía siguiera contando su historia.
-Yo ya tenía unas cuarenta páginas escritas antes de internarme. Cuando los médicos me dieron el alta, la verdad es que veinticuatro horas después de llegar a casa ya estaba escribiendo otra vez. Tenía clarísimo adónde quería llegar, cómo llegar. Puede sorprender –y creo que es muy legítimo que sorprenda– cómo es que un libro cuya escritura coincide con un período tan difícil de mi vida, con una enfermedad que podía ser mortal, puede estar tan lleno de buen humor, pueden ser halladas tantas ironías...
-En un momento del libro, el comandante portugués encargado del traslado del elefante desde Lisboa, dice: "Algo me ha mudado por dentro en este viaje". ¿Este viaje suyo también le mudó algo por dentro?
-Eso siempre se puede decir. Se cambia dentro de lo que se es, y yo sigo siendo el que era. Ahora, lo que me gustaría es que el lector, a la hora de leer el libro, sintiera eso, que está viajando... ¿Pero en la figura del archiduque? No. ¿En la del cornaca? Ni siquiera, aunque podría ser... Pero lo que me gustaría que el lector pensara es: "Este elefante soy yo". El epígrafe del libro, de un supuesto "Libro de los Itinerarios", dice: "Siempre llegamos adonde nos esperan". Y la pregunta es inevitable: "¿A qué se refiere eso?" Y la respuesta sólo puede ser una: a la muerte. Siempre llegamos a la muerte, ahí nos están esperando.
-La religión es otro tema presente. Se habla de la Inquisición, también hay una discusión casi teológica sobre la Santísma Trinidad que concluye con esta frase: "Dios es el elefante".
-Podría ser... Pero mira, yo no creo que haya podido existir alguna vez un dios, y cuando digo esto no me refiero únicamente al Dios de los cristianos, sino a cualquier dios. No hay dioses, los hemos inventado porque los necesitábamos. Pero como de todos modos le tememos a la muerte, si podemos creer que de una forma u otra habrá una existencia después de ella, entonces encantados. Pero para eso se necesita alguien superior, esa especie de autor primordial que permite que esto siga funcionando, y ese sería Dios. No creo y nunca lo he creído. En un universo en donde hay 400 mil millones de galaxias, y cada galaxia, según mis cálculos, tiene millones de estrellas, y cada estrella tiene sus sistemas de planetas en ese vacío total del universo... Bueno, bueno, si yo fuera Dios, habría inventado un universo menos complicado, más cómodo, más confortable. Es decir, me parece absurdo. Yo hablo tanto de religión porque me cuesta trabajo comprender, además por qué, si yo tengo una religión, estoy obligado a odiar a la gente de otras religiones. No debería sorprender, porque los que siguen al Real Madrid no pueden ni pensar en los que siguen al Barcelona. Si esto sucede en algo tan rudimentario como el fútbol, qué es lo que no ocurriría si yo creo en un dios y no puedo soportar la esencia de alguien que cree en otro dios. Es la prueba de que en el fondo somos bastante estúpidos, con todo respeto. Por eso a veces digo que el mundo sería mucho más pacífico si todos fuéramos ateos.
-Usted dijo que le gustaría que la gente lo recordara como el autor del personaje del perro que enjuga las lágrimas de una mujer en "Ensayo sobre la ceguera". ¿Sigue pensando lo mismo?
-Sí, claro, eso es algo que responde a un sentimiento más profundo de lo que parece. Cuando digo que si yo tuviera que ser recordado por algo, me gustaría que me recordaran como el creador del perro de las lágrimas, primero porque creo que a nadie se le ocurrió que en una situación como aquella, terrible, de hambre y de búsqueda de alimentos todos contra todos, un perro que se acercara a una mujer desesperada sentada en el suelo llorando, y que en un gesto de compasión, le secase las lágrimas con la lengua... Pues sí, creo que he añadido algo nuevo a las situaciones que transitan de una obra a otra, de un autor a otro, en eso que llamamos cuento, o novela...
Para leer toda la entrevista:
http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2008/11/22/_-01806877.htm
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