No necesitaba ningún patrón de medición para comprender que para su corta vida, ya era vieja. Lo manifestaba su cuerpo, cada vez más delgado y arrugado. La muerte no sería un evento, sino un hecho, como todo lo que sucedía desde que había luz y oscuridad; su carne, desaparecería bajo las fauces de algún animal salvaje, sus huesos roídos girarían locos entre piedrecillas, según la dirección del viento cálido que todo lo envolvía. Había visto las reacciones ante la muerte, y sabía lo que se sentía desde que murieron su pareja y algunas de sus crías; ese dolor ahí arriba donde mamó su prole, esos deseos de saltar, golpearse y gritar, tal cual hacían los del grupo de las ramas vecinas, tan parecidos a ellos y sin embargo, distintos.... Pese a su breve paso por la vida, había llegado a ver crecer a sus crías y las de sus compañeras; los miraba impasible jugar en la sabana del paisaje que algún día remoto sería llamado ¨africano¨, y sentía curiosidad por sus estadías cada vez más asiduas sobre la arena. Ellos no detestaban los árboles, pero parecían no necesitarlos, salvo para dormir y comer sus frutos.
Los ojos se le fueron cerrando lentamente, mientras los hijos se alejaban con pasos inciertos, el cuerpo inclinado hacia adelante, en busca de una cueva. Nunca supo que en ese breve instante, fue partícipe silenciosa de un gran evento.
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