Huesos. Pintura digital de Myriam B. Mahiques
Ese día fue distinto; el encuentro sorpresivo con otro grupo les hizo comprender que no estaban solos. El único animal que quedó rodeado, fue la causa de la brutal pelea, donde machos jóvenes y adultos, lucharon a la par acaparando su presa. Y así volvieron, a duras penas, arrastrando el animal y los muertos ajenos. El festín de hoy los incluiría, no por absorber el espíritu de los valientes defensores, sino simplemente por saciar el hambre.
La hembra ayudó a su hijo herido deslizándolo cuidadosamente por el suelo de la cueva. Lamió sus heridas y le gimió con sonidos guturales y monótonos, intentando dormirlo. Ya no sentía ánimos de unirse al banquete, aunque no vendría mal terminar de roer un hueso largo y parejo. Cuando todos se adormecían, ella seguía aún en su tierno afán sanador; sin ser vencida por el sueño; tomó el fémur blanco y con la piedra filosa de desgarrar, desató el ímpetu de su rabia contenida, trazando tres surcos, uno por cada herida abierta al costado del cuerpo; espacio; dos surcos por cada herida abierta en las piernas; espacio; uno más por el de la cabeza. Levantó el hueso, contempló extrañada su obra, y lo tiró resignada a un costado. No era el momento adecuado para continuar racionalizando conceptos matemáticos.
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