R. Edwards con dos niños nacidos gracias a su técnica
Siempre he tenido una posición ambigua al respecto de la fecundación in Vitro. Por un lado, mi fe católica me hace reflexionar sobre las vidas que se pierden en el intento; y por otro, mis sentimientos de madre, me hacen sentir feliz por este descubrimiento.
Mi objeción surge del hermoso recuerdo de haber visto por primera vez, y hace unos veinte años, el corazón de mi hija latiendo en una ecografía blanco y negro, absolutamente asombroso que luego de pocas semanas, la doctora me diga, ¨ve, esta luz que se prende y apaga es el corazón del bebé, y sólo tiene 8 mm¨. Es el día de hoy que les sigo contando esta experiencia a mis hijos, imaginen ahora, imágenes tridimensionales donde se puede ver la carita del bebé, casi saber todo sobre él, desde el inicio de su gestación.
Cantidades de embriones mueren en las pruebas. Sin embargo, también he visto parejas romperse y bajo tratamiento psicológico, por las angustias de tantos años de intento de buscar embarazos, la frustración de los abortos naturales, son indecibles. Y de pronto, una luz en el camino, un descubrimiento que cambia la vida de millones de familias. Por supuesto, el Vaticano se ha opuesto al tan importante galardón, pero pienso qué dirían los sacerdotes y monjas de haber pasado por la angustia de esperar un ansiado embarazo.... Hasta ahí mi reflexión, sin mayores conclusiones por ahora. He aquí un párrafo del artículo de Nora Bär para La Nación, y el link para su lectura completa:
¨El médico que lo hizo posible fue el doctor Robert Edwards, de la Universidad de Cambridge. Ahora, tras una inusual demora de treinta y dos años, el Instituto Karolinska acaba de concederle el Premio Nobel de Medicina y Fisiología 2010 por haber desarrollado la técnica de fecundación in vitro, que iluminó los procesos de la fertilidad humana, revolucionó los tratamientos y abrió la puerta a una inimaginable cascada de avances científicos.(...)
Corrían los años 50 y no sólo se desconocía cómo y cuándo obtener ovocitos aptos, sino que además la perspectiva de reemplazar el proceso natural por una manipulación de laboratorio despertaba una encendida controversia.
Edwards había investigado en animales durante décadas, pero imitar lo que la naturaleza había "sintonizado" a lo largo de millones de años presentaba dificultades mayúsculas. Para asegurarse una provisión constante de óvulos, se contactó con Patrick Steptoe, el inventor de la laparoscopia, una técnica que permitía visualizar el tracto reproductivo femenino a través de un endoscopio insertado por el ombligo. Steptoe había demostrado que con este método podría aspirar ovocitos en el momento preciso del ciclo menstrual.
Pero pronto ambos médicos tuvieron que enfrentar obstáculos de otro tipo: en 1971, el Concejo Británico de Investigación Médica decidió no seguir respaldando sus estudios. Tuvieron que buscar financiación privada y soportar una enorme cantidad de críticas.
A comienzos de los años setenta, Edwards y Steptoe (que falleció en 1988) comenzaron a transferir los primeros embriones. Después de más de 100 intentos que condujeron a embarazos fallidos y obligaron a introducir cambios en la estimulación hormonal que les aplicaban a las mujeres, el nacimiento de Louise Brown fue no sólo un acontecimiento histórico, sino el comienzo de una nueva era en la reproducción humana.
El anuncio del nacimiento causó conmoción en todo el mundo. "La adorable Louise", tituló el Daily Mail. "Nació en Londres el primer bebe de probeta; es niña", informó La Nacion. Y, en la página siguiente, agregó: "Rechazo teológico al experimento". "Esto atenta contra el orden natural, y la Iglesia lo desaprueba -afirmaba el padre Domingo Basso, prior de los dominicos-. Una cosa es ayudar a la naturaleza y otra muy distinta es suplirla."
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