Ilustración de Harry Clarke, 1919
Por más que se esforzara en olvidarla, las quietas noches de opio lo acercaban a ella; la veía sonriente e intrigante, mas cuando intentaba tocarla, se le escapaba para esconderse tras la cama de ébano, desapareciendo entre las sombras, sin tentarse con los placeres mundanos de la torre pentagonal, ni la contemplación de las reliquias egipcias o el lujoso ornato; indefectiblemente se esfumaría para retornar bellísima en sus alucinaciones.
Con ojos enrojecidos, vió el humo ascender en volutas islámicas, conformando esas figuras naturalísticas engendradas en quimeras extravagantes; a pesar de estar al límite de su cordura, observó racionalmente la espiral infinita que la forma sugería, y la plasmó en arabescos que místicos cubrieron el baldaquino central, el alfombrado, el cobertor de las otomanas, los pesados cortinados...
Complacida entonces en la vasta extensión de la ambigüedad matemática que fuera su pasión, la triunfante Ligeia reveló tras los vendajes de Lady Rowena, que nunca más del lado de su amado huiría.
Es encantador tu texto. Y muy romantico, me fascino. judith
ReplyDeleteHola Judith, es un placer " verte" otra vez por acá, muchas gracias!
ReplyDeleteUn beso,