La picana. Dibujo a lápiz de 1933. Imagen bajada de google images
Corría la década del ´70 y la niña crecía tan velozmente como los precios del almacén. Cuestión candente entre los mayores, compensada cada tanto con el fútbol, las carreras automovilísticas, los chismes familiares o de TV. De escuchar esas tedias conversaciones adquiría cultura social en desmedro del aprendizaje, al menos ninguna superaba la aburrida reclusión de los fines de semana en el campo.
La niña dejó la tarea para el domingo, y fue a examinar uno a uno los frascos de vidrio superpuestos y alineados al costado de la huerta. Los había de todos colores y formas, antiquísimos y nuevos, remedios y perfumes que iba desechando o coleccionando la tía bisabuela. La duda, la condujo a su primera noción de lo que a futuro llamarían ¨reciclaje¨: los restos de comida a los chanchos, el vidrio apartado como larga escultura multicolor, las revistas pasadas de moda, más o menos ordenadas en el cuarto del fondo. Entre el manual del cole y las revistas con imágenes de comidas que nunca se hacían y novias que ilusionarían pero jamás se imitarían, se tentó por las páginas amarillentas. Hurgó sigilosa en el ropero y, para su sorpresa, su mano se topó con un libro de tapas duras, tan viejo como los tíos que rondaban por ahí. No reconoció las palabras del título y lo abrió al azar, justo en el dibujo a plumín del hombre sentado en una silla extraña, brazos atados, capucha de bolsa, los pies en un cubo como el de la ropa, con agua, de eso no cabía duda. Llegó a leer un par de palabras, entre ellas ¨picana¨ y no pudo seguir porque ya el tío le arrebataba el libro fastidiado y le advirtió que no era para chicos, que mejor saliera a jugar.
En invierno, no había muchas opciones, y ella con su mejor estilo zalamero, le pidió espiar cómo faenarían al chancho de esta temporada. El viejo, evaluando el pedido, notó que la niña pronto sería una señorita y aflojaría para dejarla ver desde unos pocos metros, el animal enorme, colgado de las patas con roldana, desesperado por escapar. Si iba a presenciarlo, sería prudente darle una explicación de lo que vendría, el cuchillo debía ser certero, sin titubeos, una muerte muy rápida evitaría la tortura.
La niña lo miró sin parpadear, asoció mentalmente, recordó la palabra interrumpida y aprendió algo sobre un tema vedado.
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