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Aurora Bernárdez, la albacea y alguna vez esposa de Julio Cortázar (1914-1984) sigue sacando conejos del aparentemente infinito baúl cortazariano. Han pasado ya veintiséis años desde que murió el Gran Cronopio y, si este ritmo sigue, pronto será mayor la obra póstuma de Julio que la publicada en vida. Llega a las librerías un jugoso tomo de unas seiscientas páginas: Cartas a los Jonquières reúne más de cien cartas (algunas larguísimas, otras breves y hay incluso algunas postales) que Cortázar envió a Eduardo Jonquières (1918-2000), poeta y pintor que fue su amigo desde que ambos fueron alumnos de la Escuela Normal Mariano Acosta.
A diferencia del anterior libro póstumo, Papeles inesperados (2009), que recurría a la miscelánea, Aurora Bernández y su colaborador Carles Alvarez Garriga, entregan un tomo intensamente unitario a pesar de que las cartas que lo componen fueron escritas en un arco de más de treinta años.
Entre 1928 y 1935 Julio Florencio Cortázar estudió para maestro y profesor de literatura en el Normal de la calle Urquiza. Al hacer sus prácticas con los alumnos menores, Cortázar lo conoció a Jonquières (...)
Jonquières escribió poemas durante toda su vida: volúmenes delgados con títulos que ilustran sobre su contenido: Permanencia del ser, Crecimiento del día, Zona árida, libros que le ganaron un lugar en la llamada Generación del 40. Son poetas neorrománticos proclives a la efusión lírica. Entre ellos hay por lo menos dos grandes poetas: Enrique Molina y Olga Orozco. Desde muy joven, Jonquières también pintó y sus cuadros, abstractos, exploraciones en formas geométricas, pueden verse hoy en algunos museos: por ejemplo, el Eduardo Sívori. Muy joven, Jonquières se casó con la grabadora María Rocchi y tuvieron varios hijos. La familia Jonquières vivía en Ocampo 3005, casa en la que se realizaban frecuentes reuniones amistosas. En Cartas a los Jonquières, mientras comenta sus avatares parisinos, Cortázar evoca con ternura el calor familiar que transmitían la pareja y los chicos. Quizás por eso los compiladores han preferido el plural en el título: María Rocchi es una interlocutora siempre presente en las cartas y a veces Julio le dedica párrafos especiales. Lo mismo sucede con los niños: Maricló, Albertito, Maríasandra, y la menor, Valeria, a quienes Cortázar, atento a sus juegos y aprendizajes, y a la manera de un tío amoroso, les dedica poemas o comenta sus fotos.
Lea la nota completa, publicada por Revista Eñe, por Alvaro Abos
Despues de leer Rayuela, Historias de Cronopios y de Famas, entre otros de la gran gama de libros del gran Cortazar, consegui el libro de Pepeles Inesperados (publicado postumamente por Alfaguara en 2009) y me pareción fantástico, consideré que ya nada me podria sorprender. Un dia vagando por ahi, me topé con Cartas a los Jonquières y lo compré. En cierta manera con un poco de culpa, pues era adentrarme en la vida privada de alguien a quien admiro profundamente, pero despues de pensarlo un rato justifiqué mi compra diciendome a mi misma que la unica manera de conocerlo sería esta, pues ni siquiera coincidimos en tiempo, obviamente menos en espacio. Lo devoré, como todos sus libros y no tengo palabras para expresar todos los sentimientos que todas esas lineas arrebataron de mi, definitivamente lo respeto y admiro aun más, no solo era un gran escritor, sino también un ser humano en toda la extension de la palabra.Conocedor de arte, musica, de la vida y sobre todo de la amistad. Muy buen libro, lo recomiendo ampliamente.
ReplyDeleteHola Suly, es un gusto conocerte y aprecio realmente que hayas dejado este comentario, creo que leí todos los libros de Cortázar (este no), uno estaba ya fuera de edición y lo encontré tirado en una librería de Belgrano, otro lo encontré en Barnes and Noble.
ReplyDeleteSaludos,