Entendamos que La Fura o el Cirque nos dan lo mejor de la representación artística, con escenografías tan elaboradas que llevan meses de trabajo y asesoramiento profesional, sumados a la intelectualidad del guión y su adaptación dentro de cánones netamente vanguardistas.
Lo que he leído acerca de Titus Andronicus (Tito Andrónico), me ha despertado más ansias aún de verlos. Sabemos que no hay barreras físicas para los malabarismos corporales de La Fura, pero, tratar de recrear el canibalismo en escena, puede ser de mal gusto para algunos, para mí, es la exacerbación de los sentidos, los colores, olores, texturas de las escenas, un desafío que no puede ser jamás superado por el cine.
A continuación, les dejo un fragmento del artículo de Leonardo Tarifeño para La Nación, sección ADN Cultura, y el link para que sigan leyendo:
A pocas horas del estreno en Buenos Aires de La degustación de Titus Andronicus , el mayor miedo de Joan, el cocinero de este espectáculo de La Fura dels Baus, gira alrededor del cochinillo ibérico que servirá al final de la función. En su tragedia Tito Andrónico , William Shakespeare imaginó un banquete caníbal en el que Tamora, la madre de Quirón y Demetrio, es engañada y come los cuerpos de sus hijos masacrados; para esta impactante versión de la agrupación catalana, la carne y sus jugos corren por cuenta de Joan, chef del exquisito restaurante vasco Mugaritz a quien el sabor de su menú semihumano le preocupa mucho más que el intenso frío porteño. "Andoni Adúriz, de Mugaritz, lo tuvo claro cuando el restaurante comenzó a trabajar en este proyecto de La Fura: la carne del cochinillo es la que más se parece a la de los hombres -explica, mientras escapa del aguanieve que sacude Buenos Aires- y para que resulte verosímil, lo cocinamos al vacío durante dos horas, luego lo pasteurizamos en diez minutos a 83 grados, y finalmente lo dejamos durante 36 horas a fuego muy lento, unos 66 grados. Pero en Europa lo preparábamos en Mugaritz y de ahí lo mandábamos a Madrid, Barcelona, Italia o donde fuera. Aquí, en Sudamérica, es distinto, ya que no se puede ingresar nada de comida. ¡Vamos, ni un aceite! Así que he debido elaborarlo aquí, con dos cocineros locales, en las únicas máquinas de todo Buenos Aires que permiten ese proceso con baja temperatura controlada. Para el nivel de excelencia al que están habituados La Fura y Mugaritz, es todo un desafío."
Como todo gran chef contemporáneo, Joan es un científico del paladar, un químico 2.0 empeñado en conquistar nuevos territorios para la aventura gastronómica. Y lo suyo son los detalles, siempre tan sutiles como contundentes. Un ejemplo: en La degustación ..., el malogrado Demetrio tiene tatuajes en buena parte de su cuerpo; para que la experiencia teatral de La Fura sorprenda y provoque, en la carne de alguno de los 28 platos que se sirven puede verse, junto a los huesos, rastros del tatuaje que identifica a aquel que el odio y la venganza convirtieron en lo mejor de la cena. "En la piel, cuando está seca y fría, pongo al rojo vivo un hierro que tiene ese tatuaje, y después sello esa parte para que quede bien crujiente -dice-; a alguno le toca ese trozo, y el efecto es impresionante. El plato va acompañado de una cebada con hierbas aromáticas, cocinada con un jugo, para suavizar un poco el gusto de la carne, y al final se le da un toque de garum, una preparación de los antiguos romanos que mezcla distintas esencias de pescados. Al estar caliente, la porcelana del plato desprende los olores del garum, y eso también resulta muy poderoso." La investigación histórica sobre lo que los romanos compartían en sus mesas la dirigieron los chefs de Mugaritz. A Joan le preocupa el sabor de su cochinillo, pero confía en haber hecho todo lo posible para que los comensales del estreno sientan que el salvaje refinamiento de sus platos incluye carne humana. (....)
-¿Qué fue primero? ¿El deseo de producir una obra de Shakespeare o el de trabajar sensaciones que hasta entonces La Fura no había desarrollado?
-Nosotros queríamos incorporar al "lenguaje furero" dos elementos con los que no habíamos trabajado anteriormente: el texto y la gastronomía. El texto tiende a ralentizar el ritmo de una puesta, y en general en La Fura hemos desarrollado montajes de impacto visual, ajenos al tempo dramático del texto. En cuanto a la comida, advertimos que en todo el Mediterráneo la gente ya sale a comer de manera diferente, en parte gracias al trabajo de genios como Ferran Adrià, que ha transfigurado el mundo de la cocina. Sin querer compararnos, en algún momento sentimos que entre su trayectoria y la nuestra hay cierto paralelo basado en la transgresión. Teníamos eso en la cabeza cuando alguien nos recordó que una obra de Shakespeare termina en un banquete caníbal, y ahí nos dimos cuenta de que Tito Andrónico nos servía en bandeja la experimentación que queríamos hacer.
-¿A qué conclusiones llegaste a través de la incorporación de la gastronomía en la obra?
-Nos permite jugar con dos elementos: la comida en sí misma y el olor que desprende. Durante mucho tiempo nos preocupamos por romper el espacio exterior de una obra, movilizar físicamente al espectador; hoy apostamos a otro tipo de intensidad, dirigida a romper el espacio interior del público. Esa exploración la buscamos con la contradicción de la comida: servimos un plato exquisito, pero la obra indica que es algo muy distinto a la idea que tenemos de exquisitez; y estimulamos olores que remontan a imágenes buenas mientras lo que los otros sentidos advierten son estímulos que van en la dirección contraria. El olor es algo terrible, el cuerpo no puede evitar las asociaciones que genera un olor; nuestra intención es manipular esa memoria del cuerpo y ver qué pasa ahí. Es algo que aún estamos en etapa de aprendizaje.(...)
En el interior, las cuatro pantallas muestran rostros de bebés mientras Joan, vestido como el chef que es, mezcla algo parecido a un caldo. A su lado, más arriba, cuelgan algodones dulces, los típicos de parque de diversiones, que el cocinero manipula y distribuye a lo largo de su escenario. El efecto que producen las imágenes de video y el olor a carne y a azúcar construyen un paisaje indescifrable para los sentidos porque ningún estímulo se corresponde con el otro. Por este tipo de contradicciones sensoriales, en Europa hubo algún desmayo durante la función. ¿Hasta dónde llegarán las exploraciones de este grupo que combina teatro, performance y ritualismo como ninguno? Mientras se levanta el telón imaginario, queda claro que asistir a un espectáculo de La Fura dels Baus evoca la experiencia teatral, pero también la de ir a un restaurante, a un concierto o al cine.
Lea Titus Andronicus de Shakespeare:
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