Elefante. Pintura digital de Myriam B. Mahiques
No sé en qué momento de mi larga vida he sentido la necesidad de tener un hijo, que me acompañe en mis aventuras y desventuras, y a quien yo pudiera relatarle los cuentos mágicos que conocía tan al detalle.
El Creativo comprendió mis mudos deseos pero en vez, me asignó una hija, preciosa, rubia de cabello largo, de andar delicado de gacela, a la que amé con todo mi ser. Ella no me respondía de la misma manera, pues tenía su pequeño corazón desbordado con miles de afectos; de naturaleza bondadosa, solía ayudar a los desvalidos y a tal fin, la pícara se me escurría cambiando de tamaño, a veces hasta se dejaba crecer alas para escaparse por la ventana, mas siempre me las arreglé para atraparla, sabía que la encontraría dentro de las flores, danzando junto al lago, tirando piedritas al arroyo, brincando con los cervatillos en el bosque, una joven alegre sin edad determinada, que pasaba fácilmente de los juegos infantiles a los de seducción femenina, con los que finalmente encantó a un príncipe persa.
Presa fácil de los celos, corrí desesperado hacia ella, quien, plena de temor a que la alejara de él, empezó a gritar tan fuerte que su pecho se hinchó hacia adelante y los lados, su nariz se extendió cilíndrica de tanto que moqueó en su llanto, y en instantes la ví transformada en elefante, tan enorme que no podría aferrarla nunca más, y sin prisa, levantando la trompa victoriosa, se fue con paso retumbante junto a su príncipe, dos cuerpos en uno, a compartir las guerras, las fiestas, las joyas, las vestimentas exóticas, el amor.
Tal fue mi angustia, que me volví a las historias mágicas para intentar olvidarla, siendo peor mi decisión, pues prestando atención, en ellos me descubrí ilustrado, de distintas contexturas y edades, ora un cazador perdido en el bosque, ora un viudo en la puerta de su cabaña, ora un pescador a la deriva, ora vagando en salitrales desconocidos.... Mi furia ante la cruel evidencia de mi soledad no tuvo límites e intenté arrancar las hojas de mi desvelo, sin lograrlo, tampoco me hice escuchar, pero sí pude treparme a la pluma que tembló ligeramente y volcó unas gotas de tinta azul en la última palabra, Andersen.
Que bello, con razon Andersen era un Genio, que linda historia.
ReplyDeleteGracias Judith, pensaba que los personajes masculinos de Andersen, estaban siempre solos... Y se me ocurrió este cuentito :)
ReplyDeleteUn beso,
Myriam, me conoces ya un poco a pesar del olvido y la distancia y sabes que no suelo ser quisquilloso; pero me incomoda la inexactitud producida por las plumas cualesquiera sean, habitantes en la lejanía o de la cortedad, incisivas o quizás complacientes e inactivas contra el transcurso y población del tiempo; más ¡ay! que he advertido la ausencia de un "de" antes de Andersen; nombre común, por otra parte, en la plaza ,donde sufría ,objetaba, sin ser tan feo ni patoso ,Hamlet.
ReplyDeleteNMyriam; ruego tengas a bien añadir, en el texto que mandé, y antes de ",Hamlet" : "ni extraño".
ReplyDeleteAnónimo, no te entiendo. Porqué agregaría el ¨de¨ si se supone es la firma de Hans C. Andersen?
ReplyDeleteCon respecto a tu incomodidad, vé un comentario tuyo, creo que del mes pasado, que has agregado la ¨s¨ a un verbo en pasado, eso es incorrecto.
No puedo editar tu comentario, de todos modos, ya está publicado el segundo y queda por lo tanto como Fe de Erratas, saludos,
ReplyDeleteAh, señora Mahiques; vuecencia toma como última palabra de un texto, su firma; cuando yo no la incluyo. Una mera cuestión convencional, entonces; con el problema sobrevenido, no obstante de que todos los textos, por la misma lógica, debieran terminar por la misma palabra, "fin"; una vulgaridad.
ReplyDeleteNo quisiera despedirme, por otra parte, sin añadir otra fe de erratas: donde dije "nombre común" debí querer decir "apellido (no menos de lo mismo)" y ciertamente no le faltará razón; bella señora; el mes pasado -el del desliz gramático mío- fue un mes insustancial, de los de olvidar.
Me gustó lo de ¨vuecencia¨ suena bien español y formal :)Volviendo al tema de la palabra final, qué curioso, jamás se me ocurre que un texto debiera tener la palabra ¨fin¨. Lo veo más para las películas, y ni siquiera, creo que cayó en desuso, porque además la falta del ¨fin¨ nos abre la posibilidad de seguir escribiendo, a mí me pasa, escribo algo y a los meses se me ocurre continuar otro cuento de la misma serie. Anónimo, no existen los meses insustanciales, algo bueno habrás producido sin lugar a duda.
ReplyDeleteA pesar del recato con el que me desenvuelvo en la habitualidad; no he podido resitir a la tentación de publicar esto que escribí hace unas pocas horas y pensé en prima instancia en guardar como testigo mudo sin divulgación: "Atención: Muy buen texto corto de Myiam sobre Andersen, a la que no he tenido los cojones de decírselo; esperando que escriba alguna otra cosa de igual calidad cuanto antes; pero sin interferir. No quiero decir nada, no felicitar siquiera, o sólo indirectamente, contra atacando con algún texto mío menos trivial, con algo más de sal que de costumbre."
ReplyDeleteMe halagas Anónimo, y ya era hora que me dijeras algo que me incentive a seguir creando :) En la etiqueta Myriam´s encontrarás otros mejores, éste, no es de mi preferencia.
ReplyDelete¿ Cuando lo escribistes ?
ReplyDelete¨Escribiste¨ Anónimo :) Este micro lo escribí hará dos días. De pronto me surge una idea, de la nada o de algo que soñé. Lo escribo en 15 minutos. Lo dejo ahí hasta el día siguiente en que lo corrijo y lo registro. Así hago con todos mis micros son ideas que me vienen en cualquier momento, por eso son cortitos, no podría escribir una novela, ni me interesa hacerlo.
ReplyDelete¿ Y no has pensado en que la estructura del relato breve es fractal, en cierta forma, en que el todo -la pluma del gran Andersen- es visitada y alterada en cierta forma por alguna de sus partes -uno de sus personajes- que se permite el lujo de querer participar y alterar el relato, autosemejanza en las funciones del escritor y de sus personajes, ambos queriendo manejar la pluma ?
ReplyDeleteNo, no lo veo así porque la autosemejanza, incluso la estocástica no funciona así. La autosemejanza determinista es más como las mamushkas, que ambos (personaje y escritor) quieran hacer lo mismo o intervenir la misma historia no lo verifica. Porque son dos agentes distintos, y el personaje, por más que lo intenta no logra cambiar su destino. Sin embargo, en el sistema complejo de todos los cuentos de Andersen, el personaje del hombre de pronto es un agente externo que podría producir una modificación del sistema. Ésto, se podría representar gráficamente (geométricamente) con los diagramas fractales de bifurcación. Y hay otra cuestión, que se nos escapa, y que yo tenía en mente. El personaje, el hombre en sí mismo, es el mismo en todos los cuentos que se caracteriza por su soledad, cuando digo que se reconoce en el pescador, en el viudo, etc, es él mismo, solo, siempre solo, más viejo, más joven. En este caso, habría una autosemejanza teórica, por supuesto. Mi intención no fue precisamente alabar a Andersen (que sí me gusta) sino mostrar que algunos de sus personajes masculinos son con mucha frecuencia, solitarios. No he testeado este relato en las redes literarias, veré qué interpretan otros lectores, entre ellos, sólo dos suelen interpretarme bien. Gracias por la reflexión.
ReplyDeleteEl todo no es la pluma de Andersen, sino el universo de sus cuentos, en el sentido de un conjunto matemático.
ReplyDelete"El todo no es la pluma de Andersen, sino el universo de sus cuentos"
ReplyDeleteClaro, no digo yo que no, un universo, producido además por la pluma de Andersen. No estamos en desacuerdo.
Aunque no te lo creas, había bien visto que te referías a la soledad de los personajes; aunque de Andersen, como lo dije indirectamente en uno de los comentarios, sólo conozco el Patito Feo; y no dije, es cierto, que no he leído ningún otro cuento de él, pero tampoco, para compensar, ni a Kierkegaard o como se escriba ni a Holderlin ni a Kant.
A Andersen lo podemos leer on line por suerte. Te confieso, que a mí la filosofía me aburre, prefiero la psicología. Soy demasiado práctica para filosofar, aunque sí leí a Kant y tengo el librito en Buenos Aires.
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