Foto bajada de suenosdelarazon.com
He comentado anteriormente que me encanta ir a la Biblioteca de Huntington Beach y comprar cantidad de libros usados. Uno de ellos sobre el rey Arturo, vino con unas tarjetas antiguas, hermosas, que luego enchinché sobre mi escritorio. Otro libro, del sociólogo Mike Davis, vino con su dedicatoria al dueño original. Y, en otros casos, hay buenos deseos y saludos.
No tengo ningún inconveniente en tener libros escritos por otros, es más, yo lo veo como un valor agregado, porque yo misma escribo notas en mis libros, subrayo cada tanto. Lo que me parece ridículo es el subrayado continuo que todo lo enfatiza.
Si compramos por Amazon, un libro escrito, vale menos que otro ¨más nuevo¨. Sin embargo, hoy leía en Revista Eñe, que hay una corriente nueva de comprar libros con notas marginales, y la importancia crece si es el mismo autor quien escribe:
Este es uno de los ejemplares que se incluyen en el trabajo "Borges, libros y lecturas", de Laura Rosato y Germán Álvarez, que publicó la Biblioteca Nacional. Foto Revista Eñe de Cultura
¨En 2010, el escritor mexicano Fabio Morábito escribió en Ñ dos columnas acerca de la costumbre de subrayar libros que recibieron adhesiones y rechazos por igual. La primera, “La maldición del libro subrayado”, sancionaba a los subrayadores por poner el foco sobre la frase en vez de| privilegiar la construcción del relato. Primera maldición del subrayado: rescata algo pero deja la mayor parte de lo escrito afuera.
En la segunda columna, “La vanidad de subrayar libros”, describía a un amigo con compulsión al subrayado que no podía tener un libro sin haberlo marcado. Nunca había podido escribir, en cambio, una sola línea publicable. Segunda maldición del subrayado: esteriliza la escritura y nos obliga a una biblioteca armada sólo con marcas y libros propios. Pero esto último, por lo menos, no siempre fue así.
Heather Jackson, profesora de literatura anglosajona de la Universidad de Toronto, editó, en el año 2002, Marginalia: Readers Writing In Books , un largo estudio de archivo sobre las anotaciones que diferentes escritores ingleses, de De Quincey a Graham Greene, hicieron sobre sus libros entre 1700 y 2000. De semejante tarea pudo extraer varias conclusiones. Para empezar, que no siempre estuvo mal visto marcar libros, ni siquiera cuando fueran ajenos.
El estudio de Jackson se centra en la figura de Samuel Coleridge, poeta romántico inglés a quien se atribuye el latinismo “marginalia”, plural de “marginale”: lo que se anota en los márgenes. Las anotaciones de Coleridge se habían vuelto tan famosas que sus amigos le pedían que les marcara sus libros antes de leerlos. Esta costumbre no incluía sólo a Coleridge, y ni siquiera sólo a escritores. Hasta mediados del siglo XIX era una costumbre habitual marcar los libros antes de regalarlos, algo que hubiese escandalizado al subrayador compulsivo de Morábito, pero también a casi cualquiera de nosotros.
¿Qué pasó después de 1850 para que este hábito cayera en desuso? Según Jackson, la principal razón fue la expansión de una red de bibliotecas públicas que iniciaron su lucha contra las marcas de los lectores. En el sitio web de la Biblioteca de la Universidad de Cambridge, una de las principales fuentes de consulta de Jackson, los potenciales lectores son advertidos acerca de lo que se puede y no se puede hacer con los libros. El título del apartado cuarto es elocuente: “ Marginalia and other crimes ”. Aparentemente, era cierto: puede hacerse un juicio al lector.(....)es difícil comprar la biblioteca de un escritor, a la que se le suelen dar otros destinos (donaciones, en general). El lector promedio, por su parte, evita los ejemplares marcados por dueños anteriores, y sólo el bibliófilo es capaz de encontrar, en ciertas marcas, un valor agregado. Además, Andrea agrega que ese plus es más simbólico que económico. Esto explica un hecho curioso: hace unos años adquirieron la biblioteca estudiantil de David Viñas y, ahora, en su librería, se consiguen ediciones selladas y anotadas por él de libros como Los persas , de Esquilo, o tomos sueltos de las obras de Platón en griego, por unos $ 30 o $ 40.¨
Un tema para reflexionar. Les recomiendo leer por completo la nota de Lucas Mertehikian en la Revista Eñe:
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