Un cuadro surrealista de Vladimir Kush mostrando un libro -aparentemente- de ficción
He dado con el artículo de Verónica Chiavarelli para La Nación, del cual reproduzco una parte, y me he sentido absolutamente identificada por los sentimientos descriptos.
Y no es que yo sea novelista, cada tanto me inspiro para escribir un microrrelato, algunos que he tenido la suerte de publicar gratuitamente por selección del editor, y he ganado algunas menciones. Pero premios y reconocimientos en literatura no son mi meta, lo hago por placer.
Sin embargo, estando en la biblioteca de Huntington Beach, en la sección de venta de libros usados, me ha asaltado la pregunta de porqué habría tantos autores de ficción -fundamentamente veo autoras femeninas-, si lo hacen por pasatiempo o con la esperanza de lograr un best seller, o de llegar a ser famosas. No lo sé. Pero como dicen en el artículo, no hay tiempo para leer tanto en oferta, y seguramente hay títulos excelentes en tanto que se acumula en las bibliotecas y librerías.
Luego, el comentario de Ian Mc Ewan, aún siendo yo más joven que él, tengo la inquietud Borgeana de cuestionarme cuántos libros más he de leer en lo que me quede de vida; por lo tanto, he desplazado mi atención a los que creo no debiera haber dejado de lado, muchos clásicos y libros científicos, es así como unos días atrás hice un post sobre El Conde de Montecristo, que leí en 2013. Más vale tarde que nunca....
Sinceramente, creo que los escritores debieran continuar escribiendo, por alguna razón el destino les ha dado la oportunidad, y siempre es un placer poder desarrollar un acto creativo.
Vamos al artículo:
Un escritor argentino muy popular se lamentaba en privado: "Cada vez que entro en una librería y veo los estantes y las mesas rebosantes de novelas que acaso nadie compre, muchas de ellas seguramente buenas, merecedoras de lectores atentos, me pregunto qué sentido tiene seguir escribiendo y agregar una historia más". El brote melancólico era injustificado en su caso (cada vez que publica un libro, inmediatamente se ubica entre los primeros puestos de las listas de best sellers ). Sin embargo evidencia los síntomas de un agobio que todo amante de la literatura conoce: la abrumadora cantidad de ficción que nutre las librerías sin cesar es inversamente proporcional al tiempo escaso del que se disponer para leer.
La semana pasada, en el suplemento Babelia, de El País de Madrid, el escritor británico Ian McEwan planteaba un problema similar pero aún más provocativo porque, como novelista, no se pregunta por qué escribir ficción sino más bien por qué leerla, consciente de que el interrogante no recae sólo sobre sí mismo sino que entra como un proyectil en la desarticulada comunidad de los lectores del mundo.
Dice McEwan: "Mi corazón de escéptico flaquea cuando me acerco a la sección de ficción de una librería y veo [...] las frases publicitarias sobre las cubiertas (´Él la quería, pero ¿ella lo iba a escuchar?'), los resúmenes de argumentos en las solapas, con su solemne uso del presente: ´Henry abandona su matrimonio y se embarca en una serie de salvajes...' [...] Tengo 64 años. Con suerte, podrían quedarme aún unos 20 años de lectura. ¡Quiero aprender cosas del mundo! Quiero leer a cosmólogos que me hablen de la creación del tiempo, a los analistas del Holocausto, al filósofo que se ha emparentado con la neurociencia, al matemático capaz de describir la belleza de los números al más zopenco, a los aficionados a la guerra civil inglesa".
Myriam, muchas veces lo he pensado. Prefiero no llegar a respuestas rotundas. Sigamos sintiendo que hacer es mejor que deshacer.
ReplyDeleteAbrazos
Totalmente de acuerdo,amigo! Un abrazo,
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