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Tuesday, January 14, 2014

¨Para acabar de una vez por todas con Chespirito¨

Algunos personajes del Chavo del 8. De http://www.servicioshf.com/hfblogs/sufridores-en-casa


Este artículo me sorprendió realmente, por inesperado. Yo soy una de las admiradoras del Chavo del 8, comedia en serie mexicana que llegó a Argentina a fines de los setenta, o principios de los ochenta, no recuerdo exactamente. No es un artículo de arquitectura, pero sí muestra en tono crítico lo que el Chavo y sus vecinos representan. La pobreza del conventillo, las burlas, la vida cotidiana; una analogía del habitat del inmigrante europeo en la pujante América del S.XIX.
El autor, Edgar Allan García (Universidad Central de Ecuador) nos dice porqué El Chavo no es gracioso, y deplora que el público tome como ¨normal¨ lo inaceptable.
Confieso que yo nunca lo había visto así. Porque para nuestra sociedad (digamos la sociedad de mi contexto social en los ´80) la época del conventillo de inmigrantes ya había pasado con nuestros abuelos y era ¨perfectamente normal¨. Tuve que ingresar a la universidad para comprender que había otro mundo más allá de mi barrio, immerso en un contexto similar al del Chavo aún, y me llevó muchos más años aprender sobre la idiosincrasia mexicana y su humor ingenuo.
Creo que ahí está la clave. He visto otros programas de la TV mexicana, teóricamente de humor, que fallaría en hacer reír a otro público distinto del mexicano, simplemente porque su humor es diferente, así como el humor inglés se diferencia tanto del humor norteamericano.
Pero con El Chavo, es otra cuestión. Con él volvemos a nuestras raíces, recordamos las historias de los abuelos y por carácter transitivo el personaje es parte de nuestras vidas. Y esta memoria opaca la inconveniencia de pegar, maltratar, burlar.
A continuación, el texto de Edgar Allan García, ¨Para acabar de una vez por todas con Chespirito¨, y el link para conocer al autor y su obra.

 Imagen de http://profile.pics.ak.sonicocnt.com/photos/

No creo que haya hogar en Latinoamérica que no haya crecido, durante casi tres décadas, con la imagen familiar y aparentemente inocua de los shows televisivos de Chespirito. La más popular ha sido siempre la del Chavo del Ocho y, según mi encuesta personal, no he encontrado un solo padre o madre de familia que le haya visto un solo “pero” a dicho programa, por lo que me he preguntado, más de una vez, qué hace que miremos sin ver, y oigamos sin escuchar, en qué consiste el velo que cubre nuestro raciocinio y nuestras emociones para aceptar como “normal” lo inaceptable, aun cuando todo resulte tan evidente. ¿De qué estoy hablando? Veamos algunos elementos del famoso Chavo del Ocho:
a) Se trata de un niño que vive en un supuesto cuchitril que seguramente lleva el número ocho en su puerta, de ahí su nombre, pero en realidad este niño huérfano de padre y madre vive dentro de un barril ante la mirada indiferente, excluyente y hasta cruel de la comunidad. 
b) El niño casi siempre anda muerto de hambre pero a nadie se le ha ocurrido adoptarlo, o por lo menos darle un par de comidas diarias o vestirlo decentemente o ayudarlo de manera sistemática. Nada de eso: abandonado a su suerte, el Chavo suele robar comida o, “abusando” de la confianza de sus vecinos, se come los alimentos que son para otros. Peor aun, Quico, el niño tonto y “rico” de la misérrima vecindad, suele alardear de sus pertenencias con el pobre Chavo y toda la situación se presenta como “graciosa”: “te voy a romper los cachetes de marrana flaca” suele exclamar, entre frustrado y furioso, el huérfano al que le han restregado el pastel al que jamás será convidado.
c) Una de las situaciones más despreciables que nos ha “regalado” Roberto Bolaños, el inefable Chespirito, tiene lugar cuando un personaje adulto (don Ramón) arremete con sendos coscorrones contra el Chavo, Quico o la Chilindrina. En estas escenas de maltrato infantil, inaceptables desde todo punto de vista, mucho menos para ser mostradas como situaciones “normales”, don Ramón, al grito de “¡tomaaa!” golpea a estos niños, en especial el Chavo que no tiene mamá que lo defienda, y todo se lo pinta como objeto de risa (lo peor de todo es que el público, tanto adulto como infantil, verdaderamente ríe con el llanto de los niños, de la misma forma en que ríe con esas pésimas representaciones para infantes en los que una “profesora”, con la regla en la mano, golpea a los alumnos que se “portan mal” o “no saben la respuesta”).*
 
d) No solo los niños son objeto de maltrato, también lo es una representante de la tercera edad a la que todos llaman “la bruja del 71”. Su condición de anciana le sirve de pretexto a Chespirito para hacer que los personajes de la serie le gasten bromas pesadas, al tiempo que se encarga de que su interés sentimental por don Ramón sea visto como ridículo y hasta asqueroso, esto es, inaceptable en una mujer de su edad. Con la complicidad de los adultos, los niños arremeten contra la “bruja” inventando historias sobre sus supuestos poderes malignos. En el fondo, lo que le reclaman tanto niños como adultos es que sea “vieja y fea”, esto es, que no calce con el estereotipo de belleza supuestamente propio de la juventud. Pero la señora Clotilde no es la única despreciada por ser diferente: tanto la flacura de don Ramón como la gordura del señor Barriga y de su hijo Ñoño también son objeto de burla constante: bola de grasa, globo inflado, cochinillo… son algunos de los adjetivos que refuerzan la exclusión de estos “diferentes”, aunque a cada uno le toque, en su momento, ser diferente y excluido por niño, por viejo, por feo, por pobre…
e) Don Ramón, en este sentido, no solo es el contumaz maltratador de niños de la vecindad, es también el estereotipo del inútil y vago latinoamericano, hecho que –en esta serie y en la ideología dominante- explicaría de cuerpo entero su pobreza. Y puesto que es el más pobre de la vecindad y, en esa medida, un ser de muchas maneras indefenso, nada impide que la vecina “rica” le entre a cachetadas cada vez que se cruza por su camino lo cual, por supuesto, es increíblemente “gracioso” tanto para Chespirito como para el público infantil y adulto que mira la escena y repite: “chusma chusma”!, como si no fuera con ellos.
Hay, no se puede negar, una parte divertida en esta serie (de lo contrario no habría tenido tanta aceptación) como es el caso de los famosos malentendidos, las frases (repetidas y repetitivas: “cállate cállate que me desesperas!”), los recursos gestuales de sus actores y ciertas situaciones humorísticas clásicas o “gags” pero más allá de la forma, el programa no solo que refuerza la costumbre, por desgracia tan común en nuestro medio, de abusar de los niños, burlarse de los ancianos, los gordos, los flacos, los feos, los débiles y los pobres, sino que ayuda a sacralizar la tara social volviéndola no solo aceptable sino, incluso, “graciosa”. Es por ello una lástima que Chespirito haya estado vigente tanto tiempo en nuestro continente, algo que solo se explica por la falta de una conciencia crítica en nuestra población, incluida la que tiene estudios universitarios. Por desgracia, la “masa” devora por igual comida chatarra, telenovelas chatarra, discursos chatarra y, con un candor digno de mejores circunstancias, se sienta junto a sus hijos a “gozar” con el Chavo del Ocho.
*Solo en la serie “Los Simpson” hay un caso evidente de maltrato infantil, cada vez que Homero intenta estrangular a su hijo Bart, pero a) no es un programa originalmente diseñado para público infantil; b) es un dibujo animado, lo cual de alguna manera le quita “realidad” al repudiable hecho.

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