Leyendo en público. Foto del artículo Reading in Public de LA Times
Le contaba a mi esposo acerca del artículo de Eduardo Berti ¨Ver Leer¨, donde comienza recordándonos que desde que hay lectura en tabletas digitales, nuestros hábitos de percepción de la lectura ajena han cambiado.
A su vez, él me comenta que había leído que la cantidad de venta de libros eróticos y novelas súper románticas se había disparado, especialmente en el mundo femenino, gracias al libro digital, simplemente porque ya nadie podía husmear los títulos e ilustraciones de las tapas.
Me causó mucha gracia, porque yo soy de la típica ¨espiona¨ y no sólo espío sino que también me hago todo un identikit de la persona en cuestión, sólo por ver el título que lo atrae. Siento que difícilmente me equivoque en mi veredicto. La última vez que intenté espiar, fue a un muchacho que estaba en el aeropuerto de Los Angeles, esperando a mi lado en los arribos y me sentí como frustrada por no poder ¨pescar¨ más que unas palabras sueltas.
Compartiré los primeros párrafos del texto de Berti y los invito a seguir leyendo:
Viajo bastante en el subte de Madrid, ciudad en la que vivo desde hace unos tres años, y en estos últimos meses (consecuencia, supongo, de los regalos de Navidad y Reyes) he notado que, de cada tres viajes que hago, al menos en uno me topo con alguien que lee un Kindle o algo parecido. No busco hacer estadísticas a partir de mi experiencia, atada a horarios y recorridos puntuales, pero sí puedo decir que ayer, mientras viajaba en la línea 5 con una lectora de Papyre sentada a mi derecha, me había puesto a cavilar cómo cambian nuestros hábitos de lectura y la percepción del acto de lectura ajeno, cuando la anciana que viajaba a mi izquierda, absorta en su revista con monstruosas fotos de la duquesa de Alba, bajó en la estación Diego de León y (lo juro sobre una Biblia, pero que sea de papel) en su reemplazo se sentó una mujer con un ebook Sony, de modo que, por primera vez en mi vida (aunque, sospecho, no la última), me vi entre dos lectoras electrónicas.
No estoy en contra de las novedades ni de los cambios porque, entre varias razones, nos conceden la eterna juventud de las primeras veces. En cuanto a los promocionados libros electrónicos, me inspiran curiosidad. Me agrada la invención de una pantalla que, en teoría, es menos dañina para los ojos que la de las computadoras habituales. Los libros electrónicos me parecen prácticos cuando una mudanza equivale a mover cientos de volúmenes o, por ejemplo, cuando necesitamos consultar de la noche a la mañana cierto libro que no se consigue en nuestra ciudad y no podemos esperar a que el correo nos lo traiga. También pienso que se prestan muy bien para el material de consulta (diccionarios, enciclopedias), pero, la verdad sea dicha, a la hora de leer una novela, un poema o un relato sigo prefiriendo llevar a la cama o al sillón un buen libro de papel. Al mismo tiempo, me preocupa que debido a los formatos digitales los libros se pirateen con la impunidad con que hoy se descarga música, sin hablar de que los músicos compensan el perjuicio (al menos en forma parcial) con conciertos o derechos de reproducción en radio o en TV, por ejemplo, mientras que los escritores no tenemos alternativas: sólo cobramos regalías por cada libro vendido y cuando nos invitan a lecturas públicas (en una librería o en una biblioteca) con suerte nos dan las gracias, salvo en contados países como Alemania donde estas lecturas son pagas.