Brote de rosal entre las raíces de un malvón pensamiento
Tediosos formularios llenados con el agente, declaraciones más o menos certeras del lugar, factibilidades de incendios, terremotos, inundaciones y muertes ocurridas en los últimos años in situ, nada anormal, según el especialista, considerando que mucha gente revocaría una operación inmobiliaria, aduciendo que la casa estaba habitada por un fantasma. Miles de compradores de diferentes razas y religiones así lo habían demostrado por siglos.
Los formularios volvieron, al revés, en esas vueltas de la vida que dejan todo de cabeza, y, por razones ajenas, el inmueble se vendió por segunda vez a un constructor ávido de producir dinero, quien por practicidad, arrasó con todo el jardín del frente, alfombrando con el pulcro pastito americano; pero por más que se esmeraran los robustos jardineros mexicanos, el de atrás era invencible. No obstante, respetaron mi joven pino y hasta me permitieron un par de horas para recuperar algunas especies cuyas raíces ya estaban expuestas en los contenedores de basura. Y en eso estaba, cuando un anciano en sus noventa y tantos, se acercó, angustiado, recriminándome el haber permitido semejante masacre, cuando el barrio disfrutaba de los frutos de la labor de los antiguos dueños. Con lágrimas en los ojos, mucha tierra y espinas en las manos, me excusé y aduje que no era yo quien arrancaba de cuajo, sino el nuevo propietario. El autodeclarado vecino, me dió la espalda, siguió caminando hasta que lo perdí de vista en la plaza, dejándome con la impresión que nunca lo había visto pasar.
Los años y las mudanzas se sucedieron cada vez más comprimidas. Las plantas arraigadas quedaron en otros terruños, los macetones se repartieron y los ejemplares verdes siguieron acompañándonos en un sinfín de macetitas que no les permiten crecer más de lo acordado, según las restricciones económico-espaciales. Ya no florecen con tanto ahínco, pero, siguen luchando. Y, cada tanto, surge un retoño de rosal en un lugar recóndito, entre raíces ajenas, al que miro sonriente, y saludo como si ya nos hubiéramos conocido.
Lea Un pozo en el jardín II
http://theclubofcompulsivereaders.blogspot.com/2011/02/un-pozo-en-el-jardin-ii.html
Que tristeza me dió leerlo, siempre recuerdo que cuando mis hermanos y yo vendimos la casa de nuestra niñez, quedó en el jardín de enfrente un Palo Borracho de flores rosadas que había plantado yo misma guiada por mi papá, y un Hermoso Cedrón aromático, pariente del rosal, en el té, en el jardín trasero. Siempre me pregunto si habrán sobrevivido, Cariños
ReplyDeleteYo también planté un palo borracho, en nuestro jardín de Buenos Aires. Floreció por primera vez cuando nació mi hija mayor, pero se hizo tan grande que mi papá finalmente lo sacó. Soy también de pensar qué se habrá hecho de mis arbolitos.... Con mi hermana decidimos que parte de las cenizas de mis padres descansaran bajo unos hermosos pinos que plantó él mismo, los cultivó de sus semillas.
ReplyDeleteUn beso,