Fuego. Autora de la fotografía: Milena Makianich- Mayo 2011
Sinceramente, es la primera vez que leo un texto del autor argentino Rodolfo Braceli y veo que tal vez debiera prestarle un poco más de atención. Hoy publicaron en La Nación Revista un artículo suyo llamado La Condición Humana del Fuego y lo he leído con detenimiento y placer. El artículo está dividido en partes relacionando el fuego con alguna circunstancia, he seleccionado ¨El fuego y cierto librito¨, por haberme conmovido, a pesar que no he pasado por los hechos que Braceli menciona. Aquí, la reproducción:
¿Qué se siente cuando a uno le queman un libro propio? Viví la experiencia con mi primer librito de leves poemas, Pautas eneras. Editado por la Biblioteca Pública General San Martín de Mendoza, fue prohibido y, a continuación, quemado. Naturalmente, durante un gobierno de facto. Era el mes de junio del año 1962, expulsado el presidente Arturo Frondizi, Mendoza fue intervenida. Mi obrita de tapas rojas nació con 48 páginas, abrochadas, con el índice en la contratapa. Impaciente, fui a la imprenta y me adelantaron un paquetón con 50 ejemplares. Al otro día bajó la prohibición y al siguiente se concretó la orden oficial, de un ministro de apellido Argumedo, de quemarlos. Eso se hizo en un tacho, detrás de la Casa de Gobierno. Cuando todo se había consumado, un linotipista, romántico y anarquista, me mostró las cenizas. Y me dio un abrazo con estas palabras al oído: "Pibe, no tengás miedo. No dejés de escribir".
Semanas después me paró en la vereda don Gildo D'Accurzio, imprentero venerado por Julio Cortázar, editor de los primeros libros, entre tantos, de Antonio Di Benedetto, Jorge Enrique Ramponi y Tejada Gómez. Me sacudió con una palmada en la espalda y me dijo: "No se aflija, amigo, pronto vamos a sacar una segunda edición". Y la segunda edición de Pautas eneras salió el 24 de diciembre de ese mismo año, con un prólogo mío, furioso, para "canosos mentales y queroseneros intelectuales".
¿Qué se siente cuando a uno le queman un libro de poemas adolescentes? No sé decirlo. Estuve como atolondrado; lloraba en la mitad de la noche, lloraba pero sin miedo. ¿Tanta era la congoja que no había espacio para el miedo?
Cuando la segunda edición estaba por salir don Gildo me dijo: "Mi amigo, no se me vaya a quedar enculado con el fuego. A media cuadra de esta imprenta hay una panadería, iremos enseguida... Ya verá que el fuego no es malo, nos dora el pan".
Fuimos a la panadería y nos asomamos al horno. Don Gildo me dijo entonces:
-Lo noto preocupado. ¿Qué le anda pasando?
-Don Gildo, es que... voy a tardar en pagarle esta edición.
-No se aflija, mi amigo. Usted me compra un kilo de pan de esta panadería y así me paga mil ejemplares.
-Pero es que la edición es de dos mil.
-El mes que viene me compra otro kilo de pan y así me paga los otros mil. Y quedamos a mano, amigo.
Yo no lo sabía entonces, pero estaba aprendiendo que hay otro fuego, el fuego bueno que le pone semblante al pan nuestro de cada día y de cada noche.
Debí darle un abrazo a don Gildo D´Accurzio. No me animé, la timidez: mis brazos se quedaron en silencio.
Debe producir un gran sentimiento. No todo es aceptado. Da fortaleza para seguir intentandolo sin desfallecer. Besos. Judith
ReplyDeleteGracias Judith, muy lindo tu comentario,
ReplyDeleteun beso,
Una entrada entrañable. Gracias por compartir.
ReplyDeleteSaludos,
Analú
Muchas gracias Analú por visitarme y comentar,
ReplyDeletecariños,