Rosa en la ventana. Pintura digital de Myriam B. Mahiques
El día que me mudé a este departamento, la joven del ¨A¨ me dijo que desde la ventana de mi comedor diario se podía ver el mar. Por más que me estiré de puntillas, intenté saltar, me subí a una silla, no lo he visto ni reflejarse en los cielos más diáfanos, pero siento la brisa marina, veo cruzar las bandadas de gaviotas y con eso ya es suficiente para percibirlo.
A pesar que mi ventana es igual a la del ¨B¨, la del ¨C¨, -y todas sus pares en la ciudad- cuenta además con la ventaja de dar a construcciones bajas rodeadas de jardines, lo que es preferible a la de mi vecina debajo en el ¨B¨ que sólo tiene la vista del viejo eucaliptus tortuoso con la valla de madera detrás, y la del ¨C¨ que da al estacionamiento y techo contiguos.
Hoy, mi niña ha robado una rosa en el jardín del frente y me la ha regalado en señal de amor filial. Le he dado un lugar privilegiado sobre el alféizar de la ventana al mar, que, sinceramente ya no recuerdo, porque sólo me regocijo en el perfume y la belleza de mi rosa.
Lea Tras la persiana II
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