Ramo de flores. Intervención fotográfica de Myriam B. Mahiques
Dicen que la tía abuela tuvo un novio. Hasta dónde se consumó el noviazgo, se desconoce, pero incluso las malas lenguas coinciden en que la tía murió sin mancha.
Se conocieron en el carnaval del pueblo, mientras se tiraban agua perfumada, papel picado, en un enredo de serpentinas, bajo la mirada vigilante de los padres sentados en las sillas desparramadas de la vereda del bar. Del cortejo nocturno, ella prefería a la novia con máscara de calavera, se cree que por su admiración al vestido bordado que imaginaría suyo; otros aducen que en la blancura nupcial absoluta de pies a cabeza, sólo interrumpida por el ramo multicolor, sintió la premonición de su mortaja. Sea como fuere, luego de su muerte, el pretendiente le llevaba al cementerio un ramillete color arco iris todos los domingos, hasta que decidió que ya era tiempo de partir a estudiar a la universidad de la gran ciudad y rendirle homenaje sólo en su corazón, -según la versión oficial-, no obstante, las curanderas aseguraron que los toros celosos lo miraron fiero tras el alambrado, muy amenazantes guardando la tumba...
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