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Wednesday, March 5, 2014

Leyendo al ¨filósofo¨ Philip Ottonieri. De la felicidad y la muerte.


Una combinación de azar y no-buen-ánimo me han llevado a la lectura de Essays and dialogues of Giacomo Leopardi; tranducido por Charles Edwardes (Publicado en 1882 por Trübner in London).
Entre los capítulos, me he detenido en ¨Remarkable sayings of Philip Ottonieri,¨ siendo éste un filósofo ficticio, pero ¨cuyas¨ ideas me han inquietado, porque me recuerdan algunas discusiones de filosofía popular con amigos.
Empezando por la relatividad de la felicidad. Me decía hace años, la esposa de un amigo adinerado, que la felicidad residía en una ¨jugosa cuenta bancaria,¨ a lo que respondí, que muchas veces nuestros obreros eran simplemente felices por tener un asado de falda humeando en la obra.
He aquí que el personaje Ottonieri, nos recuerda, como el chiste de nuestro comediante Calabró ¨que siempre habrá tiempos peores.¨

He considered the miseries of mortals to be incalculable, and that no single one of them could be adequately deplored. In answer to Horace's question, "Why is no one content with his lot?" he said: "Because no one's lot is happy. Subjects equally with princes, the weak and the strong, were they happy, would be contented, and would envy no one. For men are no more incapable of being satisfied than other animals. But since happiness alone can satisfy them, they are necessarily dissatisfied, because essentially unhappy." "If a man could be found," he said, "who had attained to the summit of human happiness, that man would be the most miserable of mortals. For even the oldest of us have hopes and schemes for the improvement of our condition." He recalled a passage in Zenophon, where a purchaser of land is advised to buy badly cultivated fields, because such as do not in the future bring forth more abundantly than at the time of purchase, give less satisfaction than if they were to increase in productiveness. Similarly, all things in which we can observe improvement please us more than others in which improvement is impossible. On the other hand, he observed that no condition is so bad that it cannot be worse; and that however unhappy a man may be, he cannot console or boast himself that his misfortunes are incapable of increase. Though hope is unbounded, the good things of life are limited. Thus, were we to consider a single day in the life of a rich or poor man, master or servant, bearing in mind all the circumstances and needs of their respective positions, we should generally find an equality of good throughout.


Sin embargo, la felicidad nos haría infelices, justamente, por la falta de la esperanza; nuestra alegría reside en la búsqueda perpetua de nuestro bienestar, o de mejorar nuestra condición. En otras palabras, tener un motivo para seguir adelante. Basados en este punto de vista, en el día de un hombre rico o pobre, master o sirviente, teniendo en cuenta todas las circunstancias y las necesidades de sus respectivas posiciones, podríamos encontrar una igualdad de bien.




De ahí he saltado a las consideraciones de muertes, que me han recordado a Nietzsche, con respecto a  sus palabras sobre ¨morir a tiempo.¨
Al respecto, Ottonieri dice que es mejor ver que la persona muera en su auge a verla morir devastada, de a poco, por una enfermedad, porque dicha transición en su vida, la transforma en otra persona que nos es ajena, que nos entristece, y nuestros afectos (de amor? de admiración?) se desvanecen, dejándonos sin consuelo. Y me pregunto si es falta de consuelo por nuestros propios sentimientos traicionados o la desafortunada situación del ser querido. O ambos.
Estos pensamientos se iniciaron en mi mente luego de escribir ayer un micro que fue casi como escritura automática, sobre una señora cuyo fin se da en el baño. La señora de mi micro aún está lúcida, y la muerte la toma por sorpresa, no tiene edad, es madura y su felicidad actual reside en recordarse de joven y activa.
Creo que mi micro ha sido un presentimiento sobre la lectura de Ottonieri........:

EL RESPLANDOR

Arrastrando las pantuflas, como tantas noches de rutina en los últimos años, prendí la luz del baño y me cubrí los ojos, enceguecida, adormilada. No es que tuviera alguna necesidad física, sino la urgencia psíquica de enfrentarme con la luz, que me rodeaba, me envolvía, y de a minutos me permitía entreabrir los ojos y evaluarme, frente al espejo. Arrugada, vieja, despeinada.
Me doy una segunda oportunidad y me reconozco en mi juventud, no puedo precisar la edad, pero las arrugas se ablandan, y la sonrisa se dibuja en mis labios, el pelo se oscurece, y soy tan feliz que quiero tocar mi propia imagen, en la superficie fría que, para mi sorpresa, no detiene mi mano, la absorbe, la envuelve; la luz me rodea y el espejo me devuelve millones de imágenes de mi cuerpo a través de los años, el piso cede ante el dolor, que me ataca como el resplandor, caigo y floto, me veo y me resigno.


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