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Friday, January 10, 2014

YO, Turista.


El cierre con arenga de actores partidistas me dejó ese sinsabor del espectáculo convertido en circo, sin el pan, que ya no se consumía. Esa alegría de aplausos que borraba opresiones, se disolvió eficazmente en la formación del tumulto, una masa informe extendida en tentáculos que penetraban en los colectivos, y empujaban hacia adentro con la ferocidad del transporte público de África, según compararía una amiga.

Ningún taxi a la vista, no había necesidad, si más adelante la calle estaría cortada con gomas humeantes, en protesta a los políticos, cuyos mercenarios organizaban en represalia un ¨piquete¨ de palos y cadenas más allá; a lo lejos, los turistas bloqueaban con sus bolsos, indignados, queriendo volverse, y pasándolos, los policías, impasibles, sentados en la avenida, viéndolos a todos hacer y sin reaccionar, pues su sueldo no les admitía mayor riesgo ni esfuerzo.

Seguí avanzando, y actores solidarios me invitaron a presenciar un acto clásico, improvisado en un carromato en la calle, solución alternativa al teatro de los contrarios que no tenía luz –ni por ende ventilación-. Advertimos entonces nuestros desconciertos cruzados, yo ante el medievalismo vigente, y ellos ante mi expresión de enojo, y no de resignación ante los hechos cotidianos. ¨No debe ser de acá,¨ pensarían, y me dejaron el paso libre para que pudiera ver la perspectiva de la que fuera mi ciudad, la misma, pero más descascarada, olorosa, sufriente, sin autos, sin caras en las ventanas y muchas oteando entre la basura.

Identifiqué luego la torre de la Iglesia asomada en el perfil de ciudad dentada, la que tantas veces había visitado de paso por la plaza de las palomas, ya desplazadas por aves de carroña; el hito fue mi objetivo, tocar sus paredes y elevar una plegaria para que el autodestierro no duela, finalizar con ello mi recorrido y decidir, yo, turista, inmune entre otros, volver, sin mirar atrás.

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