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Wednesday, April 7, 2010

El Libro Prohibido

Posesión. Fotocollage de Myriam B. Mahiques



Me parecía mentira ver el libro tan ansiado en los estantes polvorientos; seguramente alguien lo canjeó por considerarlo aberrante. Pero sólo lo tuve unos instantes en mis manos, porque el dueño del localcito barrial de venta y canje de libros, no me lo vendería. Me despidió diciendo ¨este libro no te lo vendo nena, sos muy chica para leerlo¨.  Tuve que esperar varios años más para leer El Exorcista, la novela que Stephen King clasificara de ¨one shot¨; pero sólo  tres para ver la película en un cine viejo de la ciudad costera de San Bernardo, donde no importaban nuestros 16 a 17, mientras aportemos dinero en la temporada de verano.
Si bien la película nos dió varios sobresaltos, tanto a mí como a nuestros jóvenes amigos, lo peor fueron las secuelas. Bastó caminar unos minutos de regreso por la avenida Chiozza, cuando sufrimos uno de los tantos apagones. Los pinos, tan hermosos y fragantes al sol, se volvieron sombras tenebrosas, y el sonido del mar a una cuadra, ya no nos recordaba la alegría de los golpes de las olas en los cuerpos helados, sino buques fantasmas, cuerpos arrastrados hasta la orilla, caracolas antiguas con historias del mundo, mares abisales con monstruos que hasta luces tienen.
El grupo se fue reduciendo hasta quedar mi hermana, un nuevo amigo residente en planta baja –el que se había tapado la cabeza con el saco para no ver las imágenes fuertes-, y yo. Él nos saludó con un descortés, ¨hasta mañana chicas¨, y ni siquiera ofreció una vela.
Así emprendimos el ascenso de seis pisos, silenciosas, en plena oscuridad, con las vejigas apretadas y los corazones saltando, hasta llegar al departamento de mis tíos, quienes por suerte, habían improvisado unas velas dentro.
Sin embargo, cuando todo parecía haber pasado, el sonido provocado por la popular orden ¨no te olvides de tirar la cadena¨, me envolvió con terror. Porque ya no lo sentí como el ruido lógico de una instalación con agua, sino era la nítida representación de los restos de amores compartidos, la podredumbre humana y animal, los embriones flotando, los desechos humanos, los vagabundos y ratas gigantes vagando por las cloacas maestras; fusiones gelatinosas de olores nauseabundos.

Cerré el baño de un portazo y me fui a acostar envuelta fuertemente con las sábanas y frazadas, no sea que de pronto mi cuerpo levitara.
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